viernes, mayo 05, 2006

DE LO QUE DESPERTÓ UN LIBRO DE POEMAS


En la página 17 del Prólogo del libro “24 Poetas Latinoamericanos”, editado en México en 1997, donde se expone una hermosa antología, dice:

“Se escriben poemas de amor, épicos, reflexivos, líricos, satíricos, eróticos, invocatorios, de asunto social. La poesía posee un contenido, ya sea intelectual o emotivo, y está hecha de impulsos. En la medida en que un autor, un poeta, expresa exactamente la emoción o el “matiz” que quiere comunicar, logra ese “estímulo del impulso” que constituye lo esencial de la experiencia estética. Como alguien dijo, en la poesía lo que importa es la relación entre la belleza y la certeza. La fuerza de un poema está indisolublemente unida a su verdad. Hay por ello poemas que nos conmueven vitalmente, cuya lectura nos vuelve mejores, porque su ritmo, sus imágenes agitan algo en nosotros comunicándonos una emotividad o un pensamiento específicos, y que a partir de ese momento forman parte de nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. Es válido decir, pues, resumiendo que la materia de la poesía es la condición humana. La poesía comunica el “ser” de las cosas. Al comunicarlo, nos permite comprenderlas. Todas las posibilidades humanas son su materia: el amor, el sueño, la ira, el miedo, la tristeza, el entusiasmo, la libertad. Y ya es bastante que la función de la poesía sea enseñarnos a los hombres a comprendernos y a vivir mejor.”

Creo entonces que además pudiera decirse que: La poesía tiene entonces una función sanadora. Nos permite sacar a la luz aquello que llevamos inserto en alguna parte indescriptible del alma, algo que al decirlo distinto dejaría de ser lo que es, pero en versos... halla su horma, su estancia, su presencia y su esencia para perdurar. Nada entraña más magia personal que el acto de llegar a la poesía, por cualquier camino. Cualquier atajo que tropiece con ella, es válido. Nada desdice del hallazgo ni del que se anuncia quién es al leerla. La poesía nos hace mejores o, por lo menos, no nos hace peores, por lo tanto es un símbolo de ganancia inapreciada e inapreciable. Tiene su cimiento en los confines del corazón y del alma de cada uno, independientemente de qué tanto sepamos sus tamaños, sus esperanzas, sus ansias, sus esperas, sus inelocuencias. Pedro Ugarte decía en la Web de LITERATUYA que : “La poesía guarda una verdad segura: es una forma de decir ciertas cosas inasibles que no aceptarían otras palabras, ni siquiera otra forma de decir.” Nada encierra más misterio ni permanece inalterada hasta que alguien la haga suya y la magree junto al farol de su canto, y con ella enarbolada de estandarte, no importa si por unos instantes, deja de ser quien es para convertirse en alguien a quien la poesía algo le cambió. Es tan de nosotros los humanos como la más exacta descripción de cualquiera de nuestra anatomía o de nuestra “geografía” como diría el poeta. Su pureza de representar la libertad de decir a través de ella lo que sea, la hace la más esquiva de las artes, la más inexplorada de las posibilidades estéticas y hasta médicas. Tanto por decir de lo indefinible, y tanto por amar de lo que me contiene.

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