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Dibuja su sueño en letras, se embelesa
con las voces que lo invaden como si ellas lo deshabitaran de sí mismo. Van saliendo renglones y renglones, no tiene
cortapisas. Estalla de júbilo y escribe,
escribe, escribe. En eso, la mañana lo
sorprende mientras los papeles que lo rodean ahora cobran otro tono, ya no tan
amigable. Tiene una sonrisa que por
primera vez le dice que está cansado.
Empieza a ser un habitante de su noche como lo había querido. Cree con firmeza que lo que escribió debe ir
a la nevera porque luego, con la técnica y otros aditamentos que ha estado
volviendo suyos en esas sesiones de El Aprendiz de Brujo, lo va a mejorar, a
dar forma, a decir para ser leído. Tiene
conciencia de que esto apenas empieza.
Ya empieza a dejar atrás esquemas y reglas que están tan entronizadas
que le ha cuesta mucho esfuerzo dejarlas de lado: el horario, el deber, el qué
dirán, el cómo luce y esa correlación de colores, lo que esperan otros, el
miedo a no solventar sus necesidades y la de los suyos, en fin, aquello que fue
su estructura mental durante décadas. Ya
empieza a habitar cada nuevo día como uno nuevo. Tener esa conciencia lo hace sonreír y se
ilumina cada segundo de esta mañana en donde ya escucha el rodar de aquellos
que aún viven en esa máquina infernal del progreso y del desarrollo, y por
ende, del salario. Ganarse con qué
sobrevivir es la mayor preocupación que cree que va afuera entre todos esos
sonidos de buses, carros y motos. Es la
sensación de un renacer, de un rediseñarse, de la conquista tanto tiempo
esperada. Toma su ser y la naturaleza lo
lleva directo a su cama, ese aditamento tan simple pero tan llamador. “¡Buenos
días!”, en lugar de... “¡Buenas noches”!
Francisco Pinzón Bedoya ©
febrero
18 de 2019
Bello como todo lo que escribes. Pasar por tu blog es llenarse de color , energia y Vida . MI alma te saluda Pachin
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