domingo, marzo 03, 2019

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Dibuja su sueño en letras, se embelesa con las voces que lo invaden como si ellas lo deshabitaran de sí mismo.  Van saliendo renglones y renglones, no tiene cortapisas.  Estalla de júbilo y escribe, escribe, escribe.  En eso, la mañana lo sorprende mientras los papeles que lo rodean ahora cobran otro tono, ya no tan amigable.  Tiene una sonrisa que por primera vez le dice que está cansado.  Empieza a ser un habitante de su noche como lo había querido.  Cree con firmeza que lo que escribió debe ir a la nevera porque luego, con la técnica y otros aditamentos que ha estado volviendo suyos en esas sesiones de El Aprendiz de Brujo, lo va a mejorar, a dar forma, a decir para ser leído.  Tiene conciencia de que esto apenas empieza.  Ya empieza a dejar atrás esquemas y reglas que están tan entronizadas que le ha cuesta mucho esfuerzo dejarlas de lado: el horario, el deber, el qué dirán, el cómo luce y esa correlación de colores, lo que esperan otros, el miedo a no solventar sus necesidades y la de los suyos, en fin, aquello que fue su estructura mental durante décadas.  Ya empieza a habitar cada nuevo día como uno nuevo.  Tener esa conciencia lo hace sonreír y se ilumina cada segundo de esta mañana en donde ya escucha el rodar de aquellos que aún viven en esa máquina infernal del progreso y del desarrollo, y por ende, del salario.  Ganarse con qué sobrevivir es la mayor preocupación que cree que va afuera entre todos esos sonidos de buses, carros y motos.  Es la sensación de un renacer, de un rediseñarse, de la conquista tanto tiempo esperada.  Toma su ser y la naturaleza lo lleva directo a su cama, ese aditamento tan simple pero tan llamador.  ¡Buenos días!”, en lugar de... “¡Buenas noches”!


Francisco Pinzón Bedoya ©
febrero 18 de 2019






1 comentario:

  1. Bello como todo lo que escribes. Pasar por tu blog es llenarse de color , energia y Vida . MI alma te saluda Pachin

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