DIVAGACIONES
ALREDEDOR DE
LO
COTIDIANO
EL
BARRIO
Y
MI PAÍS DE... DESASTRES
Lo
privado en público, el quicio de la puerta a la calle, ese estado en donde los
vecinos se enteran de lo que se dice, lo que se ve, lo que se imagina y da
origen al chisme, los supuestos comunitarios, es allí donde hay un drama del
límite, de lo que se puede o no se puede saber “afuera”. Tal vez por eso los pudientes mantienen “su
puerta” lejos de lo público, no sea que “afuera” se sepa de sus
intimidades.
Quizás
por no tener claro ese límite, muchas de las rencillas y consejas del barrio se
dan. Se nos olvida que cuando estamos en
“sociedad” y aunque no lo tengamos presente, hemos firmado un contrato
social de comportarnos según algunas reglas que en parte son leyes y en parte
pueden ser “buenas costumbres” sociales, o Urbanidad como lo llamaba
Carreño, o en complemento hay ciertos dictados éticos que guían.
Muchas
lenguaradas provenientes del desconocimiento, de la ignorancia y hasta de la
inocencia, hacen daño al prójimo, al otro, al vecino, dando forma a esa
violencia soterrada que favorece la perpetuación del gueto. Es orquestado por quienes manejan a su antojo
las barriadas. Y a ese cóctel le agregan
hambre, drogas, miseria, crean la tormenta perfecta que alimentan como
soldados. ¿Cómo lo hacen quienes mueven
los hilos? Hay manuales como El Príncipe. El titiritero mayor ordena pan y
circo, y reguetón con licor barato, más y una enorme dosis de odio y miedo, como
condimento sustancial. Para quienes se salgan del molde se crean pequeños
infiernos donde no hay reglas para la muerte, siempre controlables en las
fronteras. ¿Será por eso que en mi medio se llaman “Comunas” o más fácil
de controlar por “cuadrantes”?
Todo está servido para mantener el barrio “en sus justas proporciones”
como diría el político lenguaraz que fue presidente.
En
este reino, la educación abierta y universal no es permitida. No de manera frontal sino vedada la
regla. La orquesta crea iguales, que dé
visos de democracia, pero con condiciones de gueto a quienes acceden a este
cuento por algún accidente de la enseñanza pública. Allí se vuelve a repetir la fórmula y se
acicatea a la muerte. Se mantiene vigilada
esta turbamulta con miles de mecanismos.
En el sector real se prefiere a los aconductados que arroja el sistema,
porque mal que bien, han sido juiciosos y saben cuál es el premio: “mínimo
estrato cinco y una familia feliz”.
Ser fiel y leal al sistema es “gente de bien”, los demás: gleba y
lumpen, y otros epítetos que han llevado hasta “mamerto” en estos
tiempos de pandemia y de extremos.
La
fórmula se ha adobado ya con principios de viejas dictaduras: la
polarización. “Si no piensas como yo,
estás en contra mía”, y corre el reloj.
De ahí el asesinato selectivo de líderes sociales, desde aquel que le
enseña a las comunidades pobres cuáles son sus derechos hasta quien le da de
comer a uno que tiene más hambre que él. Todos son víctimas, y hasta han vuelto
eso un negocio: quizás hasta le hayan puesto precio a la cabeza de aquellos
líderes que un matarife señala y selecciona, como en los mejores tiempos de
pablo, cuando cada policía muerto estaba tasado en dinero. Nada mejor como ejemplo de la aplicación del
miedo. Si por alguna razón, al matarife
de turno se le ocurre tener algún tipo de interés económico neoliberal por
algún territorio, entonces hay que desplazar comunidades enteras para destrozar
los núcleos sociales y engrosar las barriadas de las ciudades que ya están
controladas y echarles más condimentos de muerte.
A
quienes más hay que perseguir es a los artistas. “Esos no piensan como queremos”, esos son
“raros”, acabémoslos en todos los ámbitos: morales, físicos, sociales, así
seguirán siendo parias y nadie los escuchará, facilitémosle las drogas para
paliar toda el hambre que tendrán, así serán una penosa llaga social. Todos, ardides inventados y bien aceitados
para tener la plebe “controlada”.
Ojo, en las cartillas nunca está la idea de atacar sus obras ni los
temas, es un descrédito sistemático a las personas.
El
segregacionismo a las minorías es patético, está arraigado en el complejo de
inferioridad que manejan las clases dirigentes, quizás. A alguno se le ha ido la lengua pública hasta
llegar a declarar al Chocó, territorio de negritudes: “no apto para darles
nada, allí se pierde todo y es como echarle mierda a los cerdos” dijo.
Queda
mucho por divagar, luego sigo.
Francisco
Pinzón Bedoya
octubre
2021
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