jueves, noviembre 04, 2021

Lo cotidiano en mi barrio y mi país de desastres


 

 

DIVAGACIONES ALREDEDOR DE

LO COTIDIANO

EL BARRIO

Y MI PAÍS DE... DESASTRES

 

Lo privado en público, el quicio de la puerta a la calle, ese estado en donde los vecinos se enteran de lo que se dice, lo que se ve, lo que se imagina y da origen al chisme, los supuestos comunitarios, es allí donde hay un drama del límite, de lo que se puede o no se puede saber “afuera”.  Tal vez por eso los pudientes mantienen “su puerta” lejos de lo público, no sea que “afuera” se sepa de sus intimidades.

 

Quizás por no tener claro ese límite, muchas de las rencillas y consejas del barrio se dan.  Se nos olvida que cuando estamos en “sociedad” y aunque no lo tengamos presente, hemos firmado un contrato social de comportarnos según algunas reglas que en parte son leyes y en parte pueden ser “buenas costumbres” sociales, o Urbanidad como lo llamaba Carreño, o en complemento hay ciertos dictados éticos que guían.

 

Muchas lenguaradas provenientes del desconocimiento, de la ignorancia y hasta de la inocencia, hacen daño al prójimo, al otro, al vecino, dando forma a esa violencia soterrada que favorece la perpetuación del gueto.  Es orquestado por quienes manejan a su antojo las barriadas.  Y a ese cóctel le agregan hambre, drogas, miseria, crean la tormenta perfecta que alimentan como soldados.  ¿Cómo lo hacen quienes mueven los hilos? Hay manuales como El Príncipe. El titiritero mayor ordena pan y circo, y reguetón con licor barato, más y una enorme dosis de odio y miedo, como condimento sustancial. Para quienes se salgan del molde se crean pequeños infiernos donde no hay reglas para la muerte, siempre controlables en las fronteras. ¿Será por eso que en mi medio se llaman “Comunas” o más fácil de controlar por “cuadrantes”?  Todo está servido para mantener el barrio “en sus justas proporciones” como diría el político lenguaraz que fue presidente.

 

En este reino, la educación abierta y universal no es permitida.  No de manera frontal sino vedada la regla.  La orquesta crea iguales, que dé visos de democracia, pero con condiciones de gueto a quienes acceden a este cuento por algún accidente de la enseñanza pública.  Allí se vuelve a repetir la fórmula y se acicatea a la muerte.  Se mantiene vigilada esta turbamulta con miles de mecanismos.  En el sector real se prefiere a los aconductados que arroja el sistema, porque mal que bien, han sido juiciosos y saben cuál es el premio: “mínimo estrato cinco y una familia feliz”.  Ser fiel y leal al sistema es “gente de bien”, los demás: gleba y lumpen, y otros epítetos que han llevado hasta “mamerto” en estos tiempos de pandemia y de extremos. 

 

La fórmula se ha adobado ya con principios de viejas dictaduras: la polarización.  “Si no piensas como yo, estás en contra mía”, y corre el reloj.  De ahí el asesinato selectivo de líderes sociales, desde aquel que le enseña a las comunidades pobres cuáles son sus derechos hasta quien le da de comer a uno que tiene más hambre que él. Todos son víctimas, y hasta han vuelto eso un negocio: quizás hasta le hayan puesto precio a la cabeza de aquellos líderes que un matarife señala y selecciona, como en los mejores tiempos de pablo, cuando cada policía muerto estaba tasado en dinero.  Nada mejor como ejemplo de la aplicación del miedo.  Si por alguna razón, al matarife de turno se le ocurre tener algún tipo de interés económico neoliberal por algún territorio, entonces hay que desplazar comunidades enteras para destrozar los núcleos sociales y engrosar las barriadas de las ciudades que ya están controladas y echarles más condimentos de muerte.

 

A quienes más hay que perseguir es a los artistas.  “Esos no piensan como queremos”, esos son “raros”, acabémoslos en todos los ámbitos: morales, físicos, sociales, así seguirán siendo parias y nadie los escuchará, facilitémosle las drogas para paliar toda el hambre que tendrán, así serán una penosa llaga social.  Todos, ardides inventados y bien aceitados para tener la plebe “controlada”.  Ojo, en las cartillas nunca está la idea de atacar sus obras ni los temas, es un descrédito sistemático a las personas. 

 

El segregacionismo a las minorías es patético, está arraigado en el complejo de inferioridad que manejan las clases dirigentes, quizás.  A alguno se le ha ido la lengua pública hasta llegar a declarar al Chocó, territorio de negritudes: “no apto para darles nada, allí se pierde todo y es como echarle mierda a los cerdos” dijo.

 

Queda mucho por divagar, luego sigo.

 

Francisco Pinzón Bedoya

octubre 2021

 

 



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