Medellín, agosto 15 de 2007
Así como cada 8 de enero te decides a escribir un libro, yo –en este instante en la ola del querer saber de tu luz y de tu intangible creación de letras e historias- he decidido conocerte al hablarte. No sé ni cómo ni cuándo ni qué extensión tenga esta epístola o diálogo trunco, si fenecerá antes de caer o si perduraré con esta idea, pero sé que quiero hablarte a medida que voy refiriéndome a lo que en mí ha producido la parte de tu obra que he accedido, desde tus letras y fonemas, llegados a mí sin invitación, voluntad ni cortesía.
Muchos antes que yo, creadores y literatos, habrán querido decir y habrán dicho muchos sobre ti sin conocerte como yo, pero en este espacio haré el intento y no me pondré al respecto metas mayúsculas. Tal vez llegue a contarte de mis hallazgos, de mis rencillas con la vida como cuando admiras esa pieza tras los cristales de la joyería, de mis hallazgos de los temas comunes del alma como cuando en tu ritual anual ves aparecer por entre las sombras las páginas de esos tus nuevos libros que ni siquiera sabes que están allí pero que ya estarán esperándote a la vuelta del esfuerzo de traerlos al presente desde ese bosque oleaginoso de los espíritus que rondan tu necesidad de decir, tu vida, tu ilusión y tu escribir. Tal vez quiero tener una muestra de tu espíritu, y con él escribir lo mío con la imagen de tu ser quien lleva en su cabeza personajes que viven sus propias historias, y tú... eres allí solamente el testigo y relator de sus actos y designios.
Un camino que tiene el nombre de tu hija, que a la vez tiene el mismo nombre que la mía, será el descubrirte subjetivamente tras toda la admiración que me depara tu pequeña voz cantada, chilenísima con tintes americanos ya, y ese acento con sabor a verdad y a fantasías amalgamadas sobre las cosas, las personas y tu historia. Un sabor que le imprimes con tu autenticidad va plagado en todo lo que tocas con tu pluma, lo cual dejaré para calificar a críticos mil que han querido hacer de tu capa un sayo. Describes a Chile y a tus chilenos en forma parecida a mi “Rosa Chilensis”, amiga entrañable llena de tarot, feng-shui y otros compañeros y amores. Tienes en tus letras olores a esa dama del copihue, pero con una cara más popular y más letras entre tus manos y tus dedos de herrumbre militante. De allí salieron esas crónicas de los años 60 –según entiendo- desde esos exilios que te han formado más latinoamericana, más del mundo, y allí entonces sí tiene cabida mi colombianidad.
No quiero restregarme en tu “Ese lejano martes de 1973 mi vida se partió, nada volvió a ser como antes, perdí a mi país.”, a pesar de que ese mismo día supe de tu existencia –tangencialmente- puesto que derrocaron a Salvador Allende y de la existencia de ese ser mitológico de apellido Neruda. Sólo quiero escarbar en ésas tus figuras que evocan poesía evidentemente chilena y nuestra, porque quiero ver qué generas en mí a partir de tus metáforas bellas como ese mar helado espumeante tuyo que no conoceré. No quiero ahondar más en la pena de tu Paula ni en el vestíbulo de tu casa en San Francisco ni en tus recetas afroditas, quiero estar en el más suave toque de tus versos no escritos con tinta de novela o de historia refundida en el amor o en el silencio. Es decir, en el fondo de esta confesión “de una sola vía” aguardo encontrar desde tu timbre, desde quién eres y desde lo qué sientes, por qué siento que en tus líneas vive –entre otros fantasmas- la imperiosa poesía.
Tu primera novela escrita “de tiro largo” –como decimos en Colombia- sentada en tu cocina, me genera mi más emotiva admiración por tu disciplina y tu talento, innegables a pesar de toda la prensa estruendosamente inútil que en tu contra han hecho. Sé que escribes para que nosotros nos queramos más, pues en mi caso logras eso y más, logras que yo haya querido encontrar en ti la poesía que no has escrito y los gritos de todo tipo que en tus líneas nos has dejado. Tú sientes que el escribir es una celebración de la vida y para mí lo es igual, aunque en mi caso haya sido una elección de catarsis silenciosa y única, sanadora y evidente, de todo lo que de mí desdigo y canto, como esa puerta abierta a lo que ahora soy y digo… para mí y otros pocos ojos que a mis letras se asoman.
Tus estrellas femeninas que desaparecieron ante el amor de ese amor que te hizo revivir y ser, las veo repetirse en tus líneas y tus pasos. Unos alrededor de la opresión y otras en la reivindicación de la mujer ante la historia no escrita por los ganadores. Esa dedicatoria de La casa de los espíritus lo dice todo: “A mi madre, mi abuela y las otras extraordinarias mujeres de esta historia.” Tal vez estoy escribiendo lo que te estaría diciendo si pudiera tenerte al frente y la vida me regalara una sesión de charla espirituosa con tu voz y tu especial forma de acentuar tu autenticidad chilena y americana, en el sentido amplio y nuestro de esa palabra. Tal vez quiero decir mucho y poco a la vez, antes de decirte lo que inspira a mi poesía tu vida, tu obra y tu particular forma de amar tu familia, tus raíces, tus vínculos con tu historia. Viajan desde tus líneas, con ese sabor de relatora apasionada y expresiva, miles de historias y fotogramas de tu Chile y de ti. Nada escapa a tu pluma en detalles múltiples y perplejidades que dan vida a personajes con nombres disímiles que parece que por tu voz hablaran. ¡Allí hay versos y ritmos que yo libo y traduzco desde mi alma! Uno confunde a veces a Isabel con sus personajes y viceversa, pues siente que tienen vida en ti, como si fueran otra personalidad tuya.
Esa particular riqueza descriptiva ya la quisiera para mí, cuando tardaste tres libros para abrogarse ese título de “ESCRITORA” que otros te hemos dado desde hace ya un tiempo. Ya te has graduado, decenios ha, ante ojos que nunca te llegarán como los míos, y que se mantendrán -sin sentido- atisbándote como si pudiera estar tras el aire que mueven los cedros retorcidos de tu buhardilla allende la bahía de San Francisco, aunque te sientas de otro lugar y tu corazón siempre esté atado al exilio, a la nostalgia, al dolor ya antiguo de Paula y a la melancolía viciosa de tu Chile del corazón. Oraciones como “Al nacer, Rosa era blanca, lisa, sin arrugas, como una muñeca de loza, con el cabello verde y los ojos amarillos, la criatura más hermosa que había nacido en la tierra desde los tiempos del pecado original, como dijo la comadrona santiguándose”, “El tono de su piel, con suaves reflejos azulados, y el de su cabello, la lentitud de sus movimientos y su carácter silencioso, evocaban a un habitante del agua. Tenía algo de pez y si hubiera tenido una cola escamada habría sido claramente una sirena, pero sus dos piernas la colocaban en un límite impreciso entre la criatura humana y el ser mitológico.”, “Nací en el último cuarto de una casa sombría y crecí entre muebles antiguos, libros en latín y momias humanas, pero eso no logró hacerme melancólica, porque vine al mundo con un soplo de selva en la memoria.”, evocan mi Caribe, mi realismo mágico y la forma descriptiva donde ya moran algunos de los nuestros como Héctor Rojas Herazo y Álvaro Cepeda Samudio. Voy encontrando poesía y ritmo y acentos en estos devenires aleatorios de mi lectura de tus obras. Voy caminando caminos que otros millones ya trasegaron en tus libros pero con una alegría de búsqueda en mi encuentro en trozos de tus escritos que parecen poesía antigua o muy vivida, y que evocan versos lejanos, nerudescos y muy chilenos si se quiere, y de todas formas... muy australes.
Nada escapa a mi sentir cuando al pasar las páginas aprecio la vida de otros en tus palabras, los pensares de otros muchos que tu imaginación y tu escribir traen para nosotros tus lectores. Confieso que no soy el más acucioso ni el que más libros de ti se haya leído, pero me precio de saborear dulce y tenazmente cada palabra, cada frase, cada parte de tu lenguaje cuando haces esa exhibición rutilante de humor mordaz, crítico o directo.
¡Gracias por tu regalo para la eternidad! ¡Gracias por ser parte de mi vida! Un abrazo extraño desde este Medellín florido, de un poeta que no conoces:
Francisco Pinzón Bedoya
Así como cada 8 de enero te decides a escribir un libro, yo –en este instante en la ola del querer saber de tu luz y de tu intangible creación de letras e historias- he decidido conocerte al hablarte. No sé ni cómo ni cuándo ni qué extensión tenga esta epístola o diálogo trunco, si fenecerá antes de caer o si perduraré con esta idea, pero sé que quiero hablarte a medida que voy refiriéndome a lo que en mí ha producido la parte de tu obra que he accedido, desde tus letras y fonemas, llegados a mí sin invitación, voluntad ni cortesía.
Muchos antes que yo, creadores y literatos, habrán querido decir y habrán dicho muchos sobre ti sin conocerte como yo, pero en este espacio haré el intento y no me pondré al respecto metas mayúsculas. Tal vez llegue a contarte de mis hallazgos, de mis rencillas con la vida como cuando admiras esa pieza tras los cristales de la joyería, de mis hallazgos de los temas comunes del alma como cuando en tu ritual anual ves aparecer por entre las sombras las páginas de esos tus nuevos libros que ni siquiera sabes que están allí pero que ya estarán esperándote a la vuelta del esfuerzo de traerlos al presente desde ese bosque oleaginoso de los espíritus que rondan tu necesidad de decir, tu vida, tu ilusión y tu escribir. Tal vez quiero tener una muestra de tu espíritu, y con él escribir lo mío con la imagen de tu ser quien lleva en su cabeza personajes que viven sus propias historias, y tú... eres allí solamente el testigo y relator de sus actos y designios.
Un camino que tiene el nombre de tu hija, que a la vez tiene el mismo nombre que la mía, será el descubrirte subjetivamente tras toda la admiración que me depara tu pequeña voz cantada, chilenísima con tintes americanos ya, y ese acento con sabor a verdad y a fantasías amalgamadas sobre las cosas, las personas y tu historia. Un sabor que le imprimes con tu autenticidad va plagado en todo lo que tocas con tu pluma, lo cual dejaré para calificar a críticos mil que han querido hacer de tu capa un sayo. Describes a Chile y a tus chilenos en forma parecida a mi “Rosa Chilensis”, amiga entrañable llena de tarot, feng-shui y otros compañeros y amores. Tienes en tus letras olores a esa dama del copihue, pero con una cara más popular y más letras entre tus manos y tus dedos de herrumbre militante. De allí salieron esas crónicas de los años 60 –según entiendo- desde esos exilios que te han formado más latinoamericana, más del mundo, y allí entonces sí tiene cabida mi colombianidad.
No quiero restregarme en tu “Ese lejano martes de 1973 mi vida se partió, nada volvió a ser como antes, perdí a mi país.”, a pesar de que ese mismo día supe de tu existencia –tangencialmente- puesto que derrocaron a Salvador Allende y de la existencia de ese ser mitológico de apellido Neruda. Sólo quiero escarbar en ésas tus figuras que evocan poesía evidentemente chilena y nuestra, porque quiero ver qué generas en mí a partir de tus metáforas bellas como ese mar helado espumeante tuyo que no conoceré. No quiero ahondar más en la pena de tu Paula ni en el vestíbulo de tu casa en San Francisco ni en tus recetas afroditas, quiero estar en el más suave toque de tus versos no escritos con tinta de novela o de historia refundida en el amor o en el silencio. Es decir, en el fondo de esta confesión “de una sola vía” aguardo encontrar desde tu timbre, desde quién eres y desde lo qué sientes, por qué siento que en tus líneas vive –entre otros fantasmas- la imperiosa poesía.
Tu primera novela escrita “de tiro largo” –como decimos en Colombia- sentada en tu cocina, me genera mi más emotiva admiración por tu disciplina y tu talento, innegables a pesar de toda la prensa estruendosamente inútil que en tu contra han hecho. Sé que escribes para que nosotros nos queramos más, pues en mi caso logras eso y más, logras que yo haya querido encontrar en ti la poesía que no has escrito y los gritos de todo tipo que en tus líneas nos has dejado. Tú sientes que el escribir es una celebración de la vida y para mí lo es igual, aunque en mi caso haya sido una elección de catarsis silenciosa y única, sanadora y evidente, de todo lo que de mí desdigo y canto, como esa puerta abierta a lo que ahora soy y digo… para mí y otros pocos ojos que a mis letras se asoman.
Tus estrellas femeninas que desaparecieron ante el amor de ese amor que te hizo revivir y ser, las veo repetirse en tus líneas y tus pasos. Unos alrededor de la opresión y otras en la reivindicación de la mujer ante la historia no escrita por los ganadores. Esa dedicatoria de La casa de los espíritus lo dice todo: “A mi madre, mi abuela y las otras extraordinarias mujeres de esta historia.” Tal vez estoy escribiendo lo que te estaría diciendo si pudiera tenerte al frente y la vida me regalara una sesión de charla espirituosa con tu voz y tu especial forma de acentuar tu autenticidad chilena y americana, en el sentido amplio y nuestro de esa palabra. Tal vez quiero decir mucho y poco a la vez, antes de decirte lo que inspira a mi poesía tu vida, tu obra y tu particular forma de amar tu familia, tus raíces, tus vínculos con tu historia. Viajan desde tus líneas, con ese sabor de relatora apasionada y expresiva, miles de historias y fotogramas de tu Chile y de ti. Nada escapa a tu pluma en detalles múltiples y perplejidades que dan vida a personajes con nombres disímiles que parece que por tu voz hablaran. ¡Allí hay versos y ritmos que yo libo y traduzco desde mi alma! Uno confunde a veces a Isabel con sus personajes y viceversa, pues siente que tienen vida en ti, como si fueran otra personalidad tuya.
Esa particular riqueza descriptiva ya la quisiera para mí, cuando tardaste tres libros para abrogarse ese título de “ESCRITORA” que otros te hemos dado desde hace ya un tiempo. Ya te has graduado, decenios ha, ante ojos que nunca te llegarán como los míos, y que se mantendrán -sin sentido- atisbándote como si pudiera estar tras el aire que mueven los cedros retorcidos de tu buhardilla allende la bahía de San Francisco, aunque te sientas de otro lugar y tu corazón siempre esté atado al exilio, a la nostalgia, al dolor ya antiguo de Paula y a la melancolía viciosa de tu Chile del corazón. Oraciones como “Al nacer, Rosa era blanca, lisa, sin arrugas, como una muñeca de loza, con el cabello verde y los ojos amarillos, la criatura más hermosa que había nacido en la tierra desde los tiempos del pecado original, como dijo la comadrona santiguándose”, “El tono de su piel, con suaves reflejos azulados, y el de su cabello, la lentitud de sus movimientos y su carácter silencioso, evocaban a un habitante del agua. Tenía algo de pez y si hubiera tenido una cola escamada habría sido claramente una sirena, pero sus dos piernas la colocaban en un límite impreciso entre la criatura humana y el ser mitológico.”, “Nací en el último cuarto de una casa sombría y crecí entre muebles antiguos, libros en latín y momias humanas, pero eso no logró hacerme melancólica, porque vine al mundo con un soplo de selva en la memoria.”, evocan mi Caribe, mi realismo mágico y la forma descriptiva donde ya moran algunos de los nuestros como Héctor Rojas Herazo y Álvaro Cepeda Samudio. Voy encontrando poesía y ritmo y acentos en estos devenires aleatorios de mi lectura de tus obras. Voy caminando caminos que otros millones ya trasegaron en tus libros pero con una alegría de búsqueda en mi encuentro en trozos de tus escritos que parecen poesía antigua o muy vivida, y que evocan versos lejanos, nerudescos y muy chilenos si se quiere, y de todas formas... muy australes.
Nada escapa a mi sentir cuando al pasar las páginas aprecio la vida de otros en tus palabras, los pensares de otros muchos que tu imaginación y tu escribir traen para nosotros tus lectores. Confieso que no soy el más acucioso ni el que más libros de ti se haya leído, pero me precio de saborear dulce y tenazmente cada palabra, cada frase, cada parte de tu lenguaje cuando haces esa exhibición rutilante de humor mordaz, crítico o directo.
¡Gracias por tu regalo para la eternidad! ¡Gracias por ser parte de mi vida! Un abrazo extraño desde este Medellín florido, de un poeta que no conoces:
Francisco Pinzón Bedoya
Emotiva tu conversación de una sola vía con esta maravillosa autora. Suscribo todo lo que dices en ella.
ResponderBorrarEstoy segura de que a Isabel le encantaría leerla.
Saludos desde España, Francisco.
Me encantó!
ResponderBorrarAdmiro a Isabel Allende, me gustó muchisimo su escrito. Esas cositas son las sensaciones que he de sentir al leerla y aprender con ella y de ella.
Saludos!
HE crecido junto a los libros de Isabel Allende , los leo desde pequeña y soy una fiel seguidora de sus grades obras .
ResponderBorrarMe encanta!!!