viernes, febrero 22, 2008

Concurso Antonio Villalba de cartas de amor




El pasado jueves, 14 de febrero, día de San Valentín, en el acto que se celebró en el Café María Pandora de Madrid a las 20.30, se hizo público el fallo del VI Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor. Resultados del concurso: enero de 2008

Carta ganadora del primer premio

Asado de ternera: Autor: Lola Sanabria García


Cartas finalistas

Querida amada mía Autor: Gabriel Barrios Fedriani
Poeta asesinado Autor: Claudia Reina Antúnez
Flores de nata Autor: Silvia Fernández Díaz
Mientras miro al río Autor: Luz Myriam Cano Montoya (Medellín, Colombia)


Quiero resaltar la carta enviada por una coterránea, a quien desde este sitio van mis felicitaciones calurosas. Si por alguna razón llega a sus ojos este mensaje, aún mejor mi humilde homenaje.




Mientras miro al río, de Luz Myriam Cano, de Medellín (Colombia).
Publicado el: Viernes, 15 febrero a las 04:30:00

Sesenta y siete días después del 25 de septiembre.
elipe, tengo miedo. Un miedo parecido al del sábado que casi te matas contra el autobús verde y rojo de Caldas o al de lunes lluvioso que el abuelo Rogelio se fue al cielo haciendo ruido de yegua pariendo.

A esta hora debería estar en clases, pero estoy en la estación Acevedo. Miro el agua sucia del río. Me pinté los ojos de un azul festivo y aún así tengo la cara desolada de la indígena que los domingos se recuesta contra un muro de la iglesia de san Antonio María Claret. Tengo miedo, Felipe. Ya no abotona la falda del uniforme, no sube el cierre. Carolina se ha burlado porque llevo saco en verano. Cuando me baño trato de no mirar los senos que a ti te encantaba lamer. Llevo a escondidas unos brasieres de mi hermana Edna, los míos ya no sirven.

Un gallinazo da picadas a la orilla del río; se parece a la abuela arrebujándose el frío en su mantón de viuda. Las cabinas del Metrocable suben despacio a tu barrio. No fui al colegio por ir a recorrer esas calles que los niños han convertido en canchas de fútbol. Reparé en todos los hombres de piel oscura. Me detuve alelada en el dorso ancho y en el motilado de soldado de un tipo que acariciaba un perro color tierra amarilla, me recordó tu mano deslizándose por mi cabello pintado; huí aterrada de sus ojos de gato con ganas de gata. Escudriñé las ventanas. Miré los números de las motos rojas, en el espejo de una de ellas me vi palidez de…

El gallinazo se ha levanto con vuelo soñoliento. No; no es la abuela. El río corre. Me aprieta la falda a cuadros, es la misma bajo la que se deslizó tu mano con encanto de culebra de circo. Hace un calor igual al de aquella tarde bajo las sábanas. La cama parecía a punto de desbaratarse ¿lo recuerdas? Tengo miedo, Felipe. Me he cansado de timbrarte. Hoy he recorrido las calles de tu barrio mirando a lado y lado con ojos de indígena patisucia apostada en un atrio de iglesia. Me topé con decenas de espaldas y motilados de soldado; me asusté de las caras que se volvieron de pronto con mirada maliciosa.

Allá, en la iglesia de tu barrio Santo Domingo Savio, me quedé pasmada sobre una de esas vírgenes que tiene la abuela sobre el escaparate. Quise poder soltar en mi casa, en el colegio y en la tienda de la beata Edelmira, una historia igual a la de María: una tarde calmada en oración, un ángel saludando, un milagro y luego… luego un José algo sonso y barbudo, pero al fin y al cabo un José solidario tomando mi mano, esta mano que tú, malparido, soltaste. El viento levanta mi falda a cuadros. El viento es una mano suave y afanosa de hombre: tu mano. El río tiene el color del café con leche, si me dejo caer en él no moriré como tomando café con leche; alguno de esos transeúntes que pasa mirando de reojo mi trasero me sacará oliendo a gallinazo, y esta noche apareceré en Teleantioquia tosiendo, con la ropa pegada al cuerpo, tapando mi cara con las manos… O quizá gritándole a todo Medellín que eres un cobarde, Felipe. En este puto río no se ahoga nadie. No se ahogaría ni la vieja con todo y su miedo al agua fría. Ella lo predijo desde la silla de tullida donde columpia ese cuerpo suyo que debe pesar lo que una talega negra con una victoria bien grande y otra pequeña. Me lo repetía cada domingo cuando el ruido de tu motocicleta la despertaba, espantada, de su intento de siesta. Yo me burlaba de ella.

El río brilla. Las cabinas del Metrocable van a Santo Domingo, vienen de Santo Domingo. Se acaba la tercera hoja cuadriculada donde debería estar haciendo ecuaciones. Y yo que pensé que el problema más grande del mundo era la profesora Cecilia sosteniendo junto al tablero un libro del Baldor o haciendo números mientras los compañeros se solazaban con su trasero de mula fabulosa -fabulosa porque sabe ponerse en dos patas y además usa zapatos rojos bien altos-. Tengo miedo, Felipe. Anoche tampoco dormí. La abuela masculla rezos dormida. Quisiera encontrar un tonto como san José ya que no puedo inventarme una historia como la de María.

Un tonto. Sí; esa sería la solución. Eusebio me echa piropos con su boca grandota. Tiene barba y bastón de san José, un granero, cuenta en Bancolombia, un Renault que atraviesa las calles de Bello con un perro fino blanco ladrando en la ventanilla y una banderita deshilachada del Atlético Nacional flotando como el ala de un pájaro raro. Pero el tísico ése no tiene tu cuerpo ni tu boca, y puedo jurar que al hacerme el amor moriría como mueren los ahogados. Ahí sigue el río. No sé nadar, los curiosos sí saben. Otro tropel de gente ha salido de la estación. Siento la boca agria. Voy a vomitar…

Mi falda a cuadros ondea. Malditas estas pierna y estas caderas que se tongoneaban con picardía de puta al verte en la revueltería de Tito. Tito dice que te resultó un trabajo mejor y por eso no has vuelto. He perdido mi cintura. Llevo puestos los brasieres de la gorda Edna. Vuelve a pasar la cabina azul del Metrocable con publicidad de Comcel. Te he marcado. De nuevo la grabación: "El número celular marcado está temporalmente fuera de servicio". El río parece un camino recién llovido. Carolina lo sospecha. La abuela querrá darme una cacheta; no podrá levantarse de su silla de tullida, así que dejará caer su cabeza tamaño victoria pequeña sobre el hombro y se dejará morir echándome a mi la culpa. Tengo miedo, Felipe. Magdalena dice que duele mucho. Hazte de cuenta que estás ensuciando una ahuyama de muchos kilos o un racimo entero de bananas -dijo después de dar a luz a Mariana y nos reímos. Ya no es gracioso-. No podré terminar el bachillerato, no haré las pruebas del ICFES, no seré profesora de literatura. Dónde estás, Felipe. El morral pesa en mi espalda tanto como le debe pesar a la indígena de vestido de terlete verde su bultico a la espalda. Los exámenes de la profe Cecilia no son lo más difícil de la vida. El profe de Química no es el más descarado del mundo. Tengo los párpados pesados. Me vi palidez de abuelo Rogelio en ataúd al mirarme en el espejo de una moto roja allá en tu barrio. ¿Tu barrio? Tantos niños enclenques correteando tras un balón, tantos hombres con el color de tu piel y con una cara que no es la tuya. Tantas colegialas rumbo a clase sin saco en verano, sin brasieres prestados, sin falda desabotonada, sin ojos trasnochados, sin miedo. Sonrientes ellas. Sonriente yo cuando cambiaba las horas de estudiar por horas para besuquearme contigo en cualquier rincón y aun frente los ojos aterrados de la abuela envidiosa porque olvidó lo que es ser besada, y su boca ya solo sirve para comer comida licuada, botar flemas, murmurar rezos. Las últimas noches me las he pasado mirando el escaparate donde una vela alumbra mil bagatelas y también a su María. A mi no me amarán como a la virgen de la abuela, tú no tienes nada de espíritu santo. Mi historia no es cosa de poetas, es de putas. El río corre. Ella o él comenzarán pesando lo que te pesaba esa bolsa de uvas que le robabas al Tito para complacerme; terminará del tamaño del talego emberrinchado que cuelga a la espalda de la indígena recostada a un muro de san Antonio Claret. El agua brilla. Así mismo brillan los ojos cafés de la abuela cuando le da su dolor de espinazo o se queja de que no le salieron buenos los nietos. Mi letra es fea. Hoy había examen de álgebra. En la primera hoja de este cuaderno hay un corazón grande con tu nombre, y también en el de sociales, tecnología, artística, química. Entre mis senos, que ahora parecen de otra mujer, está el tatuaje que nos hizo el hippie de canto alegre pero oloroso a pescado podrido… ¿lo recuerdas? La abuela en su silla de tullida lo pronosticó. El río corre, corre… Con un beso, Carla.

http://www.escueladeescritores.com/cartas-amor-2008

P.D.: ¿Por qué del homenaje? Porque también participé en este concurso con una
carta que decía más de mí que del amor... HECHIyHMADU

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