"Estos colores aún los vivo en el patio de nuestra casa"
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UNA VEZ HUBO...
Delante
de mi casa hubo fincas y aldabones y mugidos de vacas esperando su ordeño.
Fuimos los primeros en “colonizar”
terrenos ancestrales de labranzas de centurias antes que nosotros. Por el suroriente había un humedal donde en
tardes de lluvia se alcanzaban a ver las garcetas y los alcaravanes. Las mañanas estaban llenas de neblina, y de
rocío se cubría el pasto que hacía brillar el sol de los caminos. Algunas cuadras abajo, donde apenas “la civilización” iba avanzando, algunas
casas bifamiliares disfrutaban de ser casi todos trabajadores de la misma
empresa, y era un barrio de familia aunque ya se luchaba por instalar la
primera antena parabólica que contaba que existía Laura en América. Era infaltable algún tipo de abrigo para
bajar las nueve cuadras hasta donde pasaba el bus, ése que me llevaría al
laburo de aquel tiempo. Las ardillas,
las torcazas, algunos loros bullosos, rondaban las copas de los árboles,
especialmente los de mango y aguacate.
Cuando el guayacán amarilleaba el frontis del horizonte, mi vista se
deslumbraba en oros y algunas deidades se dignaban bajar a broncearse entre
tanto azul de fondo en esos días de intenso sol. Un par de señores llenos de canas, padre e
hijo después supe, me saludaban mientras yo paseaba en su coche a mi bebé por
un camino empedrado, mostrándole el aire nuevo a que lo había traído a
crecer. Ellos cultivaban las más bellas
orquídeas (Catleyas me decían) en el más asombroso color lila que hubiera
visto. Se daban por cientos en las
canastas adosadas a los árboles a la entrada de su casa. Era sólo salir a
pasear y encontrar el olor de la quebrada y del bosque. Aún el yaraguá
esplendía con su mota blanca por sobre algunas parcelas y llenaba la nariz de
su aroma inconfundible. Los árboles de
pomarrosa floreaban al tiempo, y en un instante había cosecha que era esperada
por cientos de ardillas, pájaros y hasta alguno que otro mico que nunca se dejó
ver. A pocas cuadras, los vecinos discutían el cómo y el cuándo de su acueducto
veredal para las necesidades de sus fincas-casas donde habían nacido viendo
crecer la ciudad que ya les “llegábamos”
a sus pies.
Hoy,
me lleno de suspiros y remembranzas. Mi
casa está rodeada ya de edificios de veinte pisos o más. El ruido lo invadió todo. Motos, buses, carros de basura, gaseosa o
leche, estridencias de descerebrados en una seudotaberna de la esquina los
fines de semana y los días festivos de fútbol ahogan el espacio. El aire se calentó y el verde de los bosques
va muriendo aceleradamente. Los sacos se
han cambiado por ventiladores y bermudas.
La quebrada que pasaba por el medio del bosque hoy es apenas un hilo
hediondo de algas, lama y mugre. El
croar nocturno de las ranas es acaso un delirio sin sustento de los veteranos
que nostalgiamos en silencio. Algunas
guacharacas desesperadas todavía navegan por las copas de algunos árboles
sabiendo que serán sus últimos vuelos.
Las mañanas ya no son sino eso, recuerdos. Algún criminal nuevo rico en su nueva mansión
de mármol, exportador de sueños blancos al norte, quema toneladas de pólvora
casi todos los días porque sí o porque no, y el desespero lleva al suicidio de
miles de mascotas porque su oído se les reventó hace mucho rato. Nada de lo que
era es más. La ramplonería invade las calles que tuvieron que ampliarse para soportar
tanta contaminación. La “ciudad” ya nos tragó. Somos deglutidos y ya al albor de la vejez
estamos condenados a ser expulsados.
Por
fortuna, me digo, mis hijos ya crecieron y son aves que vuelan por el mundo con
sus remembranzas de haber vivido en un edén temporal que los acogió en sus
primeros años.
Francisco
Pinzón Bedoya ©
23/VIII/2016
Sigue llenando tus pulmones de suspiros, querido, tú, tienes esa suerte de poder hacerlo.
ResponderBorrarBelleza en estado puro.
Besos, Francisco.
Lo que era y lo que es. Lo describes muy bien como se ha ido transformando el planeta por cada una de sus esquinas.
ResponderBorrarLo que era campo verde, despejado y limpio, hoy son edificios unos al lado de otros que impiden ver los cielos ...
Los ríos de agua cristalina han pasado a ser cloacas malolientes por aquellas ciudades por donde pasan.
Mis abrazos de flores de otoño!!
Lo que era y lo que es. Lo describes muy bien como se ha ido transformando el planeta por cada una de sus esquinas.
ResponderBorrarLo que era campo verde, despejado y limpio, hoy son edificios unos al lado de otros que impiden ver los cielos ...
Los ríos de agua cristalina han pasado a ser cloacas malolientes por aquellas ciudades por donde pasan.
Mis abrazos de flores de otoño!!