lunes, diciembre 04, 2017

Manuel Mejía Vallejo






El forastero

Había venido de lejos, todos lo sabíamos por su mirada.

—Fíjate, el que llegó.

Traía con él su mirada, como envuelto en ella, como si ella no le dejara ver. Pero observaba las calles empedradas del pueblo, sus balcones con macetas y muchachas, los zaguanes amplios, la sombra que ci sol arrojaba contra las aceras: al recorrerlas parecía caminar dentro de sí mismo para rescatar su vida de antes, su vida ligada al pueblo estancado en un tiempo de soledad, eso parecía.

No hablaba. Pero cuando le preguntamos:

—¿Dónde estuviste?, propició sus ojos, tendió la mirada como una pantalla grande, y todos vimos historias vividas en mares y tierras no conocidos antes por ojos distintos a los suyos.

Únicamente de lejos seguimos su paso. Nada quedó sin que lo repasara cuidadosamente. Sólo al perderse de nuevo con andar difícil llegamos a saber que detrás no quedaban balcones ni macetas ni calles ni historia, y que todo comenzaba a parecerse a un gran olvido. Porque el hombre, al salir, se llevaba el pueblo en su mirada.

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Una canción

Le gustaba su música, cantaba sus canciones, hasta que lo encarcelaron. Por muchos días la guitarra calló, pero a ciertas horas oíamos seis cuerdas sin que nadie las pulsara, como ensayando un aire de ausencia.

Después escuchamos su voz, miramos la canción más allá de unos cielos vecinos; volaba seguida por los fusiles y reaparecía sobre humaredas y disparos. A intervalos se cansaban de perseguirla, aguardaban el momento.

—Ya sé dónde duerme la canción —dijo el jefe de los fusiles.

Así encontraron y destruyeron la guitarra. La canción se escondió en su nueva soledad; más vacíos estaban aquellos aires, más reticentes. Pero cuando una noche la oímos cercana y Pedro se puso a cantar, el pueblo tuvo otro sacudimiento.

—Ya sé dónde está la canción —volvió el jefe, y unas luces inoportunas dañaron aquella hermosa oscuridad. La última bala acalló la voz de Pedro, su canción estaba ya casi roja.

Todos nos hundimos en una dolida soledumbre, hasta que la vimos dentro de nosotros, y la cantamos con fuerza, de día, de noche; así la canción iba por los labios dándoles de sonreír para otra esperanza. Sabíamos que cuando los labios sonríen, la pelea empieza a ganarse. Y otros más la iban cantando y otros, y los fusiles se dispersaron sin saber cómo acallarla porque estaba en todas partes.

—Es difícil matar la canción del hombre. La vida nos fue enseñando esas cosas.

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Una muestra de textos seleccionados del escritor colombiano Manuel Mejía Vallejo (Jericó, 23 de abril de 1923 - El Retiro, 23 de julio de 1998), tomados del libro “La intacta materia de los días”, ALFAGUARA, como un homenaje a ese grande que nos deja tantas enseñanzas del “cómo decir”, del “cómo escribir”.. Su obra narrativa describe -entre otros- la violencia civil (La tierra éramos nosotros, 1945; El día señalado, 1964, premio Nadal) o los ambientes populares urbanos (Al pie de la ciudad, 1958; Aire de tango, 1973). En 1989 obtuvo el premio Rómulo Gallegos por su novela Años de indulgencia.

Como muchos de los grandes escritores también sobresalió en poesía y era amigo de la bohemia, que compartía con el poeta Carlos Castro Saavedra, Edgar Poe Restrepo, Óscar Hernández y Alberto Aguirre. Es uno de los autores colombianos de quien más obras han sido llevadas a la pantalla de televisión: El día señalado, Las muertes ajenas y La casa de las dos palmas han sido adaptadas y realizadas por programadoras colombianas con un notable éxito de audiencia.






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