"¡Llévame a la casa!"
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¿MAMA, DÓNDE ESTÁS?
Ya he probado suficientes temas para
escribir. La mañana está apenas para
dejar que mis manos expresen lo que siento.
Fueron los últimos pensamientos que tuvo antes de caer. La parte posterior de su cabeza rebotó en
algo, dolía y su visión se tornaba borrosa.
Recordaba como por entre una nebulosa, el ruido de una explosión. Algo lo había golpeado suponía. Palpó tras su cráneo un líquido que olía a
óxido. Se miró la mano pero ya era
borrosa. No se podía casi mover. Su respiración estaba muy agitada y tenía
todo el cuerpo en algún piso frío. ¿Estaba
solo? No oía nada, sólo el leve ronquido
de un ventilador lejano y de una radio sintonizada con precariedad. Se quiso levantar pero allí estaba esa
punzada, ardía, quemaba, se mareaba, perdía conciencia de muchas de sus
partes. Tiritaba ya, y su pensamiento lo
agitó más aún: “¡Me estoy muriendo!”
Decidió pedir ayuda, gritar, a pesar de nada entender ni saber qué había
pasado. ¡No puedo dormirme!, dijo porque
su cuerpo eso era lo que le ordenaba y sin saber cómo, había adoptado una
posición fetal. Unas manos amorosas le golpeaban suavemente las mejillas pero
él no las sentía, apenas un leve susurro y unos murmullos ininteligibles. Trató de concentrase y era como un “¡Mijo, mijito!”. Esa voz era conocida pero quería dormir. Aún esa voz resonaba leve allá en un fondo
que se iba poniendo blanco. “¡Ay, que cabeza tan grande tengo!”, le
pesaba. La voz seguía allí: “¡Mijo, mijito, no se me duerma!” Una
energía que no supo de dónde salía le preguntó: “¿Parece la voz de tu madre?” Un sí gigante saltó como un aliento de
reserva y abrió los ojos. Una vieja con
manos callosas y llena de lágrimas lo llamaba, era su madre. La abrazó y la
apretó de alguna manera porque ya se pudo mover, mientras un enfermero en la ambulancia
le atrapaba una vena, y decía “¡Tenemos
pulso, tenemos pulso!”. “¡Mama, llévame a la casa!”. No supo más.
Cuando despertó, todo era blanco, y algunos
rostros salían como detrás de un biombo de popelina. Se vio las manos llenas de mangueritas
conectadas a máquinas. “¡Ya está despertando!” y una luz en sus
pupilas que las hería. “¡Tiene reflejos normales! ¡Creo que ya ha
pasado el coma!” Ahí sí se asustó. “¿Dónde estoy?” “En el Hospital de Santa María de Leuca” Algunos rostros se fueron
acercando y allí estaba su mujer y sus dos hijitos sonriendo pero
llorando. “¿Pero qué les pasa?” “¡Llevas 67 días aquí ya, papá!” De
pronto recordó y pidió: “¡Háganme pasar a
mi mama!” Hubo un silencio general. “¿Por
qué, papá?” “¡Es que ella estaba
conmigo!” “¡Papá, la abue murió hace
más de dos años!”
FRANCISCO
PINZÓN BEDOYA
mayo
11 de 2018
Hermoso y conmovedor tu relato, has tocado mi alma Fran y no pude menos que emocionarme pensando en mi madre, algunas veces cuando estoy en estado de inconsciencia provocada por el sueño ella me besa.... desde algún lugar.
ResponderBorrarAbrazos amigo mío, excelente foto.
REM
Rembrandt: me encanta llegar así al corazón de alguien tan sensible como tú.
ResponderBorrarUn abrazo, gracias por leerme.