
De "Bajorrelieve (fragmentos)" de Sergio Valero expongo este texto, sin su permiso, sólo con mi admiración
Dice este "4" tal vez aquello que sobre mí, quise escribir... "sólo tú mujer de los mil nombres" y de los mil apellidos
Algo como HECHEIYHMADU
Palabras, imágenes, colores, nostalgias, algunas melancolías y algunos escritos, tan personales como mis ojos, están a su disposición... y a la sonrisa de quien se quiera reír con ellos, al grito de quien los quiera comentar...



y todo produce un eterno cambio / y yo lo hago pero sigo
TATATD HECHEIYHMADU

Álvaro Jiménez Guzmán* es economista y hoy trabajador en su propio mundo, colaborador asiduo de El Pequeño Periódico, órgano de quijotesca difusión cultural como reflejo de que las utopías aún son posibles. Quienes quieran obtener su libro, por favor dejar aquí su comentario, interés o la señal que sea que como podamos lo contactaremos. Apoya una buena causa, regala un libro de un ilustre desconocido.
Con el permiso del autor reproduzco una crónica hecha a Raúl Gómez Jattin, nuestro poeta colombiano que dio y dará tanto por hablar:
************************************************************Y ardió Raúl
Por Álvaro Jiménez Guzmán
Publicado en EL PEQUEÑO PERIÓDICO No 77, Junio de 2007, pág. 12
Caótico y demente en el vivir, equilibrado y lúcido en su poesía, fue clásico y transgresor al mismo tiempo, renunció a la simulación, bajó a los inflemos, narró en verso la crónica de sus tormentos y se reinventó así mismo a través del dolor.
Heriberto Fiorillo
Después de haber compartido algunos momentos de mi infancia con Raúl Gómez Jattin en el patio de su residencia del barrio Venus, en Cereté, me reencuentro con su espantosa historia en Arde Raúl, un libro de Heriberto Fiorillo, donde describe con crudo realismo su escabroso ascenso y doloroso derrumbamiento hacia los infiernos de la locura. Sus aciertos en la inteligencia y los desaciertos en su locura que fue adquiriendo, condujo a no pocas confusiones en el terreno de su vocación artística. Los dolores del poeta Gómez Jattin empiezan desde su tierna infancia. Durante largos años sus padres se turnaban día y noche para echarle fresco al pequeño asmático, o por la angina de Krup, u mal que apretaba su garganta y lo ahogaba. A estas peripecias de la salud se sumó la discriminación social, años atrás, por un supuesto adulterio cometido por su madre y que nunca existió, dentro de otro matrimonio, y porque sus padres eran mal vistos por no ser casados, en medio de una sociedad pacata y de falsa sensiblería. Su condición enfermiza y el resentimiento social lo privaron de sus juegos en la calle y en cambio lo encerraban para que se sumergiera en la cultura de los clásicos griegos. Sobreprotegido en exceso, lo consentían, su mamá lo vestía y lo perfumaba, y él aprendió a quererse demasiado. Varios años después diría, a manera de rechazo: “¿Quiénes eran esos viejos cariñosos y terribles que me encarcelaron?”
Según testimonio de Carlos José Reyes*, Raúl Gómez Jattin llegó a Bogotá a estudiar derecho en
Por este gran vacío en su personalidad parece empezar la verdadera tragedia de Raúl Gómez Jattin: consume la marihuana hasta llegar a intoxicarse. Luego se enamora de varios compañeros bajo el influjo de los amores platónicos homosexuales de la cultura griega, sufre asalto sexual femenino, muy horrible para él porque prefería el amor masculino. Confiesa luego que quiere morirse cuando un compañero de estudios lo rechaza furibundo porque él pretende amarlo, y se refugia en un frasco de valium para mitigar sus nervios.
Más tarde, cuando se entregó a la filosofia y poesía de Rimbaud, parecía estar loco, según testimonios de sus propias amistades. Sostenía el autor francés que “El poeta se hace vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Él mismo busca todas las formas del amor, del sufrimiento, de la locura; él mismo consume todos los venenos, para no guardar sino sus quintaesencias. Inefable tortura para la cual requiere de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, y en la cual se vuelve entre todos el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito... ¡y el supremo sabio! Porque ha llegado a lo desconocido”.*** Entonces el poeta Raúl Gómez Jattin pasó del ácido lisérgico a la cocaína, a las anfetaminas, a la heroína, a la mezcla de psicotrópicos impulsado por una desesperación aniquiladora que finalizó cuando probó muchos hongos. Fue cuando habló de una visión dominante: que él era un mamífero recién nacido y no podía chupar mango. Y cuando dijo que se había visto hablando con otro como él cambió para siempre y nunca volvió a ser el mismo. Y en el papel por agudizar su temporada en el infierno, exalta el papel del hongo stropharia y de la marihuana “en la construcción de su propia vida”, y que “la poesía colombiana de la próxima década dependen de esos hongos sagrados”. En medio de este dramático cuadro, con un complejo de Edipo no superado, sobresalió como estudiante de derecho, se destacó como actor de teatro y transitó luego por su poesía desencantada como un reconocido poeta de masas en Colombia.
Pero si la locura la veía él mismo “como sabiduría e iluminación, fuente de donde provienen la esencia del impulso creador y las obras de arte”, ¿por qué (si) “la excepcional inspiración de Raúl se habría ido apagando conforme la enfermedad de la locura, el tormento de sus fantasmas incontrolables, venía progresando?”. Es contradictorio este planteamiento cuando parece haber una apología sobre su locura como método para la creación. Carlos Alberto Jáuregui, citado por Heriberto Fiorillo, ha dicho que un lugar común de la “crítica” ha sido la mención, sin mayor análisis, de la locura del poeta, dando por hecho una relación entre ésta y la creación poética, como si se alabara no a la lucidez sino a la afición por las drogas, los síntomas de esquizofrenia y la agresividad sin razón aparente. ¿Está la obra poética de Raúl Gómez Jattin indisolublemente ligada a su locura buscada a través de la drogadicción? ¿Por qué su obra se explica necesariamente asociada a su desajuste emocional? ¿Es razonable el pensamiento de Rimbaud en el sentido de que para tener lucidez poética hay que volverse loco consumiendo todos los venenos? Era la nota predominante: la asociación de su obra con el desvarío y la droga. Dice Jáuregui que el poeta, en medio del incienso de sus aduladores, contribuía a confirmar este cliché con una actitud marginal que lo erigió en el “poeta maldito” de la clase media intelectual.
El síntoma contundente de que a Raúl le estaba realmente empezando la locura se dio porque oía voces, oía gente, daba gritos. Vivía una profunda depresión que estallaría con la muerte de su padre. Desaparecida la figura paterna como símbolo de la norma, Raúl inicia una cadena sistemática de actos vandálicos contra su familia horrorizada, amigos y vecinos, en Cereté y pueblos cercanos, en Bogotá y Cartagena, rubricándose su estado esquizo-afectivo y adicto a las drogas: explicación de su doloroso y agudo desajuste emocional. Entre penitenciarias, cárceles y hospitales siquiátricos, Raúl ardía en la profundidad de su locura buscada. De neurótico pasa a paranoico y sicótico: se atormenta, llora, grita y no se reconoce en el espejo cuando dice que se le está cayendo la piel y se le están saliendo los ojos.
Varios años después, sus amigos observan a un Raúl Gómez Jattin muy distinto: había dejado de reír con el desparpajo de sus legendarias carcajadas. Sufría de akinesis, una enfermedad hereditaria originada en el excesivo cruce de genes similares entre parientes árabes, agravada por la droga que le engarrotaba los brazos. Lo veían con inmenso dolor porque había sido un ser simpático, de buen humor, de conversación agradable, un hombre afeitado, bien peinado, de buenas maneras, ni obsceno ni vulgar, una persona muy cultivada, de extraordinaria inteligencia, profesor excelente de bachillerato a los quince años, de una personalidad avasalladora, innovador en la poesía colombiana según la voz autorizada del poeta antioqueño Jaime Jaramillo Escobar. La hamaca era su trono, su escenario, su nave. De una memoria fabulosa: se sabía más de mil canciones con sus respectivas letras. Solía recordarle a una amiga pintora que Borges decía que cada día estamos un instante en el paraíso, y que la pintura enseña a la gente a mirar la vida. Pero después el amor ya no le interesaba y decía, con Stendhal, que era una enfermedad. No se amaba a sí mismo. En él cabalgaba la triste figura del sabio y del enfermo: desgreñado, sucio, con la misma ropa de varios días, descalzo, hediondo a excrementos, sin dientes, devoraba varias veces al día, a pie, los diecisiete kilómetros que hay entre Cereté y Montería. Toreaba los carros, en un peligroso juego de vida o muerte, en las vías públicas. Cuando no quemaba el colchón en algún hotel, pintaba las paredes del cuarto con sus excrementos. En medio de su locura cantaba, se volvía travesti y no respetaba barreras sociales normales. Era consciente de su crisis pero no se acordaba de lo que hacía cuando estaba loco.
La noche anterior a su muerte le regaló a un amigo un caballito de mar, un animal hermafrodita con el que se identificaba y por el que sentía especial predilección. Dejó “el cascarón de su cuerpo” atropellado por un bus en una vía de Cartagena y no se sabe si el poeta se suicidó o si murió accidentalmente. Aunque había leído con deleite un libro sobre las distintas formas de quitarse la vida, “su miedo a la muerte era tan fuerte como su deseo de morir”. Raúl Gómez Jattin se sintió asediado por la muerte desde su más tierna infancia: temía morir ahogado mientras gritaba que le dieran aire para salvarse en medio de sus agonías asmáticas.
Por ello, haber leído Arde Raúl y parcialmente Ángeles clandestinos, produjo un dolor inmenso en mi alma: sus amigos y extraños no comprendimos su terrible soledad. ¿Me originó su triste biografía, acaso el “frenesí de los sentidos” de que habla Juan Gossaín a propósito de la lectura? La lectura es una pasión del ser humano, pero ¿constituye siempre un placer? Hay libros que nos perturban profundamente, y, al decir de Franz Kafka, “como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro”. Entonces leer no siempre genera placer en el sentido hedonista de la palabra, como suelen señalarlo algunos de manera olímpica. La lectura de estos libros hace doler el alma porque Raúl Gómez Jattin “nació y creció al norte de un país desatinado que hace suyas las insensateces del mundo y baña en sangre sus propios desvaríos”.
* Ángeles clandestinos, José Antonio de Ory. Reproducido parcialmente por la revista El Malpensante No. 56, Bogotá D.C., Agosto 1 -Septiembre 15, 2004, pág. 34.
** Íbid. Pág. 41.
*** Arde Raúl, pág. 93.
Fuentes:
- Arde Raúl. Ediciones
- El Malpensante No. 56. Lecturas paradójicas. Agosto 1- Sept. 15 de 2004.


Y en esta tarde de silencio y de nubes en mi horizonte... con todo el deseo de estar en otra parte expongo lo que creí que podía guardar
“ACABAR EN TI
“Yo la que te quiere
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TAHECHEIYHMADU



HECHEIYHMADU

illos, de azules, de blancos, que luego trocaron en ocres, magentas y azules traslúcidos hasta los más intensos rojos instantáneos, bien valieron la pena de manejar por tortuosas carreteras llenas de personas anhelando sus jornadas de descanso. Bien valió la pena tanto esfuerzo, incluso al oír a alguien ofrecer tatuajes imperecederos "que se borran fácilmente". Fue como darle un respiro a mis nostalgias y empezar a hacerlo frente a otras melancolías. La apatía inicial que había hecho eco en mí, por esta historia de colores pareció que dio paso a un mirar embelesado y a sentirme otra vez parte de este mar que llevo pegado a mis costados.
blaban de dolor, porque una de ellas se estacionó en la palabra amor, y me miraba como queriendo decir que aquel amor ya había cambiado de dueño, y que con él arreglaría dos, tres o cuatro entuertos.
SE REQUIERE
Es menester entender
las nuestras condiciones
centradas en mi credo de la forma
y de ese fondo de la mirada
con que salpicas mis fugas
Es preciso hallar el talismán
que me guardas para propiciar aires
que expandan tu pecho hacia mí
hacia regiones donde yo medre
Es necesario creer que existes cerca
que no hay celeste fugaz en contra
para poder tomar el lazo de tus sueños
y despertar rimándote escandalosamente
una noche o una tarde de encuentro
furiosamente cierta entre tu yo… y mi yo


“Mi nombre es Bruno Hodick Lenson Campel, y firmo mis escritos como Bruno Kampel. A pesar de haber nacido en Río de Janeiro, me crié en Buenos Aires, y también viví algunos años en Palma de Mallorca, España. Por eso, aparte de escribir en portugués, también lo hago en castellano/español. Cursé estudios de Derecho, de Marketing y de Comercio Exterior. Soy Consultor de Marketing Internacional, y actualmente dirijo una empresa que actúa en el área de Informática en Escandinavia y en el sur de Europa. Escribo desde muy joven, habiendo publicado cuentos cortos, poesía, y artículos periodísticos relacionados con la política internacional. Actualmente me encuentro en Suecia, tratando - aparte de la noble y exhaustiva misión de ganarme la vida - de conjugar mi hirviente latinidad con el congelado paisaje natural y humano de Escandinavia. ...”
“Los espíritus ansiosos de luz viven a oscuras. Los espíritus calmados se supone que ven en las tinieblas. Es esta la dicha de la fe”. Rafael Díez dedicada 15 horas a la semana a motivar la lectura entre los usuarios del Metro. Los autores antioqueños hacen parte de las Palabras rodantes que los usuarios pueden llevar a sus casas, leer y luego devolver para que otros las disfruten. La hermana Soledad Guamán, de la comunidad de las Marianitas, espera el próximo tren para ir al centro médico donde trabaja. Entre tanto, escucha por primera vez un fragmento de Memorias del Fuego de Eduardo Galeano.
mientras esperan el tren que los llevará a su próximo destino. Las letras blancas sobre fondo negro de su camiseta anticipan su misión allí en la estación. Esa hermosa misión de leer en voz alta y de hacer del momento de la espera un encuentro con los más sublimes pensamientos. El anuncio del auxiliar de policía, “Niquía a su izquierda, Itagüí a su derecha”, se desvanece en los oídos de Rosmira Bustamante y en su lugar toma cuerpo la sentencia de Eduardo Galeano: “La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando”. Es un fragmento de La Creación, en el primer tomo de Memorias del fuego del escritor uruguayo. Rafael lo lee con buen tono y aunque Rosmira es su principal oyente, otras personas que pasan se detienen a escuchar. Rafael tiene tiempo para despedirse y recordarles que en las estaciones Aguacatala, Industriales, Madera, Suramericana y Floresta puede también encontrar Palabras rodantes, es decir los tres libros de autores antioqueños que han publicado la Caja y el Metro y que los usuarios pueden llevar a su casa, leerlos y luego devolverlos para que otros lectores los disfruten. Pasa el tren y Rosmira se va rumbo a su casa.
Y ojalá que todos quienes leamos y escuchemos esto, nos llenemos de motivos para practicar estos estatutos...

barreras del corazón, se metió en la dermis de los vivos para intentar desde su silencio misterioso y su dicción majestuosa, conquistar mejores años para los que aún quedamos en pie a pesar de las barbaries desatadas sin guerras declaradas. Tal vez muchos bárbaros distintos le han querido hacer la guerra y no el amor a las palabras, pero no han podido derrotarlas porque la poesía aún existe, persiste y los rebasa, y mientras ella esté allí siempre existirán poetas para recordándonoslo.CUANDO AQUELLO LLEGUE Cuando se disuelvan mis letras allá en algún ocaso marinero te habré vuelto parte del paisaje ...