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JUNIO 1 DE 2001
Después, entre el júbilo que estalló en aplausos, fuimos (los asistentes) desarrugando nuestros cuerpos y nuestros corazones que ya se habían hecho parte de todos los 10.000 amigos que allí le habíamos germinado, una vez a pesar de la guerra, a la más sana convivencia ciudadana de este Medellín del que no hablan los diarios, porque ello no es noticia.
Y bajamos por cientos de gradas a pasos suaves y lentos sin empujones y sin afanes, como lo hacen las familias que protegen sus componentes más débiles. Y allí hubo patria, allí hubo ciudad, allí había civilidad y amor... por todos los demás. No hubo desmanes a lo fútbol, sólo ojos brillantes y extáticos, y los comentarios mil sobre este u otro verso. Cada uno de esos miles de ojos los vi repetirse por debajo de gafas, pestañas o gorras en distintos tonos, colores, géneros y edades, en las otras diez tardes y noches subsiguientes en donde el alma le ganó la vida a la muerte ante el arrobo del verso y el canto de una babel que esta vez fue entendible desde el sentir, y que todo lo puede y todo lo vence.
Y la noche siguió su camino de apoteosis con otras voces que coreaban rimas hacia una rumba que se ansiaba entre la grandeza de energía de todos... y nos dimos al goce colectivo, hasta que el cuerpo no pudo más.
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