Palabras, imágenes, colores, nostalgias, algunas melancolías y algunos escritos, tan personales como mis ojos, están a su disposición... y a la sonrisa de quien se quiera reír con ellos, al grito de quien los quiera comentar...
miércoles, octubre 25, 2006
DE “EL DERECHO A PICOTEAR” (*)
Cuando disponemos de muy poco tiempo, pero tenemos la imperiosa necesidad de leer alguna frase texto que nos vuelva a encender el alma y le dé otra vez ese toque de vida, pues tomamos el primer libro de la biblioteca y repasamos ávidos no-sé-qué-suerte de conjuros desde la voz de otro, desde esa voz tal vez de otros tiempos, de otras circunstancias, y si por casualidad hallamos algo que lo logra... hemos descubierto el placer de “picotear”. Es más, aún si no lo hallamos, hemos estado picoteando. ¿Pérdida de tiempo? ¿Falta de profundidad? No sé... ¿Razones? Tantas como tipos de lectores seamos: el tiempo actual y su escasez perpetua.
La decisión de picotear a algunos, como yo, nos obliga a acercarnos a los libros (en mi caso de poesía principalmente) como si de ellos pudiera fluir esa poción mágica que nos sane, nos reviva, nos libere y nos mantenga... aunque sepamos que detrás de ello vendrán más ganas de leer y más ganas acercarnos a los textos de siempre o a los desconocidos que pululan llenos de polvo en anaqueles de esas hermosas tiendas-librerías de tesoros de segundas lecturas, tal vez rayados con sus secretos por otro ser más “intromiso” que uno.
“Yo picoteo, tú picoteas, dejémoslos picotear.
Es la autorización que nos concedemos para tomar cualquier volumen de nuestra biblioteca, abrirlo en cualquier parte y meternos en él por un momento, porque sólo disponemos de ese momento. Ciertos libros se prestan al picoteo mejor que otros porque están compuestos de textos cortos y separados: las obras completas de Alfonso Allais o de Woody Allen, las novelas cortas de Kafka o de Saki, Los Papiers colles de George Perros, el buen viejo La Rochefoucauld, y la mayor parte de los poetas...
Dicho esto, se puede abrir a Proust, a Shakespeare o la Correspondencia de Raymond Chandler por cualquier parte y picotear aquí y allá, sin correr el menor riesgo de resultar decepcionados.
Cuando no se tiene el tiempo ni los medios para tomarse una semana en Venecia, ¿por qué rehusarse el derecho de pasar allí cinco minutos?
(*) Tomado de Daniel Pennac. Como una novela. Norma. Bogotá, 1996”
No sólo tenemos derecho a cerrar un libro cuando lo deseemos sino que también a abrirlo cuando se nos ocurra. Tal vez lo importante, en este caso, de decir es: no dejes de acercarte a tus libros. Sé su amigo y ellos lo serán de ti.
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Estoy de acuerdo contigo. A veces se siente esa necesitad: solo unas frases, una idea, que nos ayuda a seguir.
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