"Para reescribir la vida, en colores"
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MURPHY
La luz que le daba en los ojos, por un
instante, lo paralizó. No pudo detectar
con claridad hacia dónde disparar su cámara.
Aquella oportunidad de hacerse un famoso reportero se le había ido. Debía volver a deambular en bus y seguir
buscando el fotorreportaje que lo sacara de esa buhardilla de ladrillo
descascarado y techo de zinc, donde escondía el hambre. Se bajó al extremo de la ruta de aquel
lupanar y se devolvió a pie, escondido de las miradas. Le llamaban los aullidos, las peleas, los
golpes, los gritos, los llantos: eso era lo suyo. Le era imperioso y vital captar esa escena de
primera página. En esta época electorera,
los tumultos y los discursos eran su mejor opción. Al final, sólo suciedad, recicladores
recogiendo su sustento, perros famélicos y viciosos. Más tarde aparecerían prostitutas, pero no se
quedaría. Nada qué resaltar.
Ya se dirigía a tomar el próximo bus
para el barrio, cuando un sonido explosivo, producto del choque de una gran
camioneta de vidrios muy oscuros contra un pequeño automóvil gris, lo hizo
voltear. Aún el auto estaba en el aire
cuando él salió corriendo, enarboló su cámara y cuando miró por el visor, allí
estaba lo buscado: llamas, policías escoltas derrapaban con chispas por la
avenida, visibles las matrículas y hasta el rostro de angustia y sorpresa de la
otra conductora que volaba. Disparó pero
no oyó ningún sonido de clic. Su estómago
se contrajo. El miedo ya le avisaba de
algo: se le había acabado la pila a su cámara.
Francisco Pinzón Bedoya ©
22/VI/2019
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