Tal vez unas letras en un libro lleven a querer seguir leyéndolo, disfrutándolo y hasta memorizándolo, pero creo que pocas de ellas cumplen el probable cometido que el autor se trazó. Pueden esas ambiciones haber sido unas tan disímiles a la interpretación del lector que ni siquiera se acerca a ellas, o en algunos casos ser certeramente lo que el autor quiso dejarnos. En algunos casos es el mismo autor quien nos previene de su intención y como en el caso de Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos, nos entrega la razón por la cual conjura la figura de su padre siguiendo ese “reto milenario” que otros ya hicieron como Franz Kafka o el triniteño V. S. Naipaul.
Tal vez en algunos de nosotros hay ese “reto” por rescatar, como es mi caso, y por algunas razones de identificación con el libro de Abad quisiera rescatar. ¿Era mi padre un padre amoroso? ¿Era mi padre un hombre inteligente y bondadoso? ¿Era mi padre un ser rescatable como para hacer que nadie lo olvide? No creo tener respuestas ciertas a cada una de estos cuestionamientos o a otros más íntimos, sólo sé que al igual que Héctor Abad Gómez, mi padre también será olvidado por aquella ley universal de la fugacidad de la existencia del hombre.
Tal vez en algunos de nosotros hay ese “reto” por rescatar, como es mi caso, y por algunas razones de identificación con el libro de Abad quisiera rescatar. ¿Era mi padre un padre amoroso? ¿Era mi padre un hombre inteligente y bondadoso? ¿Era mi padre un ser rescatable como para hacer que nadie lo olvide? No creo tener respuestas ciertas a cada una de estos cuestionamientos o a otros más íntimos, sólo sé que al igual que Héctor Abad Gómez, mi padre también será olvidado por aquella ley universal de la fugacidad de la existencia del hombre.
También de Borges, como el verso de su poema que dio origen al título del libro de Abad Faciolince a que me refiero, El otro poema de los dones habla del olvido, así:
“Gracias quiero dar al divino
Laberinto de los efectos y de las causas [...]
...
Por el olvido, que anula o modifica el pasado[...]”
Gracias a los Abad, a Borges, a Naipaul, y a todos aquellos que van creando en mí una nueva aventura mental frente a mundos distantes o cercanos, extraños o conocidos, llamativos o estrambóticos, mundos que serenamente -sin un orden preestablecido- me van moldeando. Sin embargo, estoy de acuerdo con Héctor Abad Faciolince cuando en un escrito suyo (recopilación de una charla que pronunció en el festival de la revista El Malpensante en 2007) dice “Me gusta leer y escribir, pero me gusta más vivir. La vida es mejor que los libros leídos y que los libros escritos. Aunque me gustan los besos leídos y los besos vistos, me gustan más los besos dados. Y aunque no me gusten más las muertes vividas que las muertes vistas en cine, puedo decir que las muertes presenciadas en vida son más intensas que las del cine y también más horribles.”
Después de leer El olvido que seremos, justifico palabras de Trapiello que cita Abad Faciolince: “Las palabras son como el agua que se les pone a las flores: no las vuelve eternas pero aplaza su final.”
Medellín, octubre 18 de 2008
Hola.
ResponderBorrarMe gustaría recomendarte un contenido de la página Qualid.es. Es un cybercomic de poesía que a mí personalmente me ha gustado mucho; hay varios en la página junto con otras muestras de arte como la pintura y la escultura. Espero que te guste.
http://qualid.es/?id_pre=35
Un saludo.
Muy interesante lo que pusistes. Saludos amigo poeta.
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