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AMIGOS DE LA POESÍA: ENTREGA N° 67 - DEL
RITMO Y SUS EFECTOS Y CONTENIDOS EN LA POESÍA
“Nadie puede sustraerse del poder mágico de las palabras”
…
“Para
que el lenguaje se produzca es menester que los signos y los sonidos se asocien
de tal manera que impliquen y transmitan un sentido. La pluralidad potencial de
significados de la palabra suelta se transforma en la frase en una cierta y
única, aunque no siempre rigurosa y unívoca, dirección. Así, no es la voz, sino
la frase u oración, la que constituye la unidad más simple del habla.”
(“El ritmo” Octavio Paz)
En
ese orden de ideas yo
–admirador y devoto de las palabras- no soy ajeno a sus conjuros y sus efectos amatorios, sanadores, endulzantes,
fantásticos y hasta obscenos. Por ello, me atrevo a llegar a ustedes con
la misma cantinela de muchas entregas: la poesía y su cadencia en los salones
de baile del alma, porque entre la música y el verbo hay una infinita conexión
llamada verso, llamada grito desde el bardo, llamada espasmo... en fin, llamado
como uno quiera. Las cosas viven cuando
se les nombra y quien lo hace, las crea, les da sentido. Por algo Martin Heidegger (Carta sobre el
humanismo) escribió que "el lenguaje
es la casa del ser. En su vivienda mora el hombre. Los pensadores y los poetas
son los vigilantes de esta vivienda".
No pretendo aquí, a pesar de lo que parezca, adelantar disquisición
filosófica alguna sobre el lenguaje y sus poderes. Es más mi deseo de “ventear” mi porqué creo
que en la poesía debe haber: Ritmo y sentido, “no basta con decir algo... hay
que cantarlo” (como lo escribí por allí en otro texto). Y otra vez... todo gira, en mí, en torno a la
poesía. Transcribo aquí a Borges, porque
es oportuno, cuando decía “Porque todo el
mundo sabe dónde encontrar la poesía. Y, cuando aparece, uno siente el roce de
la poesía, ese especial estremecimiento”, y yo añado: “¡Como esa mirada al
añorazgo verde que me cautiva!”, un verso de un poema que aún no escribo, del
cual tengo ya el ritmo.
He
escuchado atentamente la dicción tortuosa de Neruda con su contagio monocorde
pero lleno de acentos y de palabras aladas, últimamente en mis viajes diarios. Escucha uno el gemir de la fragua, la herida
vegetal, la pasión insigne por el obrero y su carbón y su cobre, la exacerbación
de la pasión por su Matilde, América
llena de penumbras, soles y sangre, y la inextinguible destreza de moldear
sustantivos con adjetivos que -sólo después de él- se han convertido en parejas.
Fonemas crecen desde su garganta, que ya lleva 34 años de enterrada, y sus enormes símiles por donde canta su
poesía llena de conexiones entre sus mundos mágicos, plagados de los lenguajes
de su cosmos. Y en todas sus entonaciones salta el sentido, la letra, el
significado de la palabra, pero -especialmente- el ritmo que aligera o se
apropia del alma de quienes le escuchamos.
La clave está ahí, creo, en esa poesía atropelladamente vibrante,
veleidosamente anegada de toda una vida de sentires en vivencias apetecidas por
la mayor parte de nosotros.
Me
solazo a ratos también con la voz anciana (es de la única que dispongo) de un Borges
que desdice de sí pero ensalza al otro Borges, a ése que se pavonea por salones
y recintos, por avenidas y tabernas, mientras el suyo se acuartela tras los
muros de sus libros de Babel, su biblioteca de espantos, laberintos, espejos, recuerdos,
oscuridades y tigres como minotauros. Cambia giros y entreveros, con su voz cascada,
por temores y delirios ante su Buenos Aires a punto de desaparecer de su
memoria ingente de luces que ya no ve. Admiro
en esos matices viejos de su voz, la exhibición del prodigio que vivía en él
con su memoria, en Tlön, en Uqbar, donde casi puedo decir que Borges es
–repito- su memoria. A veces he leído opiniones
de otros autores que “olvidaba para poder
volver a recordar”. Sin embargo, en todos sus cantos... está presente su
ritmo... su escogencia de cada milonga borgeanamente bonaerense... su partir
desde el cero hasta un ligero estertor de muerte ostentosa o callada. La clave está ahí, creo otra vez, en esa
forma tan suya como su ceguera de entrar a formar parte de nosotros, con esos
celestes versos sonoros que son estudiados en miles de lugares del mundo -todos
los días- por miles de ojos... tal vez mucho más ansiosos que los míos. Borges escribió en el prólogo de La rosa profunda
(1975) que: “La misión del poeta sería
restituir a la palabra, siquiera de un modo parcial, su primitiva y ahora
oculta virtud. Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y
tocarnos físicamente, como la cercanía del mar”. Ello tal vez será lo que, con el mismo oleaje
sonoro y redentor de Borges, he escrito en algunos poemas recientes de
oscuridad y claridad simultáneas.
Ante
este panorama, he cambiado de “emisora” y aparece la voz de Euler Granda,
ecuatoriana y chola como la que más, con sus erres arrastradas, con su aparente
descaro de decir lo que dice y sin embargo en medio de ese basilisco de
palabras propias o inventadas para su voz chola, aparece un ritmo que cautiva y
que lleva a entender la “La bizca, / la bizcacha, / la tuerta, / la tuertacha”,
con “eulerismos”, sin eufemismos, uno entiende que se refiere a los efectos de
la droga y su crítica desde la voz del pueblo, desde “la base” como dirían
algunos otrora famosos mamertos que circundaron mi vida juvenil.
Nada
entonces dice o decreta qué es ritmo y poesía en simultánea sino que más bien hay
un algo en que se abre ese espectro del verso, se adocena el campo del mismo verso,
y se universaliza su mensaje del sentir.
Como anécdota les cuento que es lo mismo que se siente cuando en el
Festival Internacional de Poesía de Medellín, llegan hasta los oídos voces en
idiomas en donde ni siquiera distinguimos sus sonidos, pero con la musicalidad,
la cadencia y la entonación del poeta nos dice… de la belleza y de ese sentir
que nace detrás de esos arrullos o gorjeos, como ocurre con las poetas árabes (o
poetisas, tema que no discutiré por ser tan espinoso).
Las
cimeras notas melódicamente arrobadoras de los declamadores como Rodrigo Correa
Palacio anuncian la apropiación melódica de poemas mayésticos: “¿Quieres que
hablemos? Está bien. Empieza”. Es un
anuncio de una voz que ya nos dejó, pero que se posterizó en su legado de
declamaciones. Y es entonces cuando uno siente que Ismael Enrique Arciniegas
vive aún… a través de la voz y del ser más que lo que él mismo escribió.
En
un trabajo desde el Palacio de Bellas Artes de ciudad de México, Sabines –quien
no se sabe de cierto- nos encanta con los enamorados, con su chiapaneca voz,
con sus azares y su voz que se quiebra en medio de los aplausos de los
asistentes, porque –creo que sin él saberlo- les agradece la vida que le dan a
sus poemas. Uno que para mí han sido
todo lo distintos después de haberlos oído en el canto emotivo de su
autor. Tal vez sólo él sabía antes de
dejarse oír, cuál era la tonada de aquel o este poema. Ritmo de quejidos y
realidades. Ritmo en la invocación con
su sello. Ritmo y algo más... a pesar de
que son esos mismos versos que ya teníamos y ya habíamos leído.
Aún
la ironía asmática y centenaria de Gonzalo Rojas tiene su baile y sus
requiebros sobre su nostalgia y su no arrepentirse de lo que hoy todavía canta
y se revuelca. En versos como “Allí bella entre todas reinabas para mí
sobre las nubes de la miseria…” se notan las caricias que entrega y después
de ese burdel en su voz… “no ha podido
aún saciarme nadie… y te perdí y no pude nacer de ti otra vez”. Toda la ironía y el permiso que se da a sus
ochenta y tantos años, nos enseña cómo se “baila” la escucha de sus
poemas. Tiene la esbeltez que da su
lentitud y su recalar en puerto antes de morir… cuando toca su sirena en sus
versos, llenos de compases y danzas de otros tiempos… plenos de afectos.
A
mí por ejemplo, me invoca a muchos atrevimientos recitarme las “partituras” de
un auténtico y agradable de Benedetti.
Ese “Tarararara tararararara rara” (o como deseen hacer su
“onomatopeya”) del uruguayo, de seguro que ha tomado por asalto a más de un
poeta y le ha hecho escribir versos “benedettianos”, casi sin darse cuenta… A mí
me pasó después de unas noches leyendo sus Inventarios. Tiene la capacidad de impregnarnos de su
verso, su cadencia y de su sencillez… Gracias Mario Benedetti, gracias por todo
lo que me has enseñado… sin tú saberlo.
Podría
decir más y más de muchas de las voces que están encerradas en mis CDs de
poesía viva, como yo la llamo, pero no sería más que corroborar que si bien es
cierto que la poesía no debe tener (a mi juicio atrevido) rima quevediana o del
más clásico español de oro, sí es requerimiento que tenga ritmo, que tenga
ritmo, que tenga ritmo.
No
obstante he de parecer voluble cuando incluyo en esta ENTREGA un párrafo muy
interesante para ilustrar el concepto, que es de otro alguien mayor cual poeta
colombiano vivo, quien logró decir de alguien lo que yo intento decir aquí del ritmo
del poema: “La melodía que tiene en sus
versos la lengua castellana es tal vez lo más sorprendente que Arturo ha hecho
para nosotros. «Comodidades métricas» llamó alguien alguna vez a la gran
revolución que Silva y Darío trajeron a nuestra lengua. A menudo, desencantados
por los poemas de esos dos libertadores, olvidamos que ellos modificaron, y
Darío ante todo, nuestro ritmo, nuestra respiración. Muchas cosas, sin duda, no
podían decirse en castellano antes de la pasión, la vivacidad, la diversidad temática
y rítmica que su labor legó al idioma. Porque no bastan las palabras: una labor
más secreta en la depuración de una lengua está en la sintaxis, en el ritmo, en
la capacidad expresiva de las combinaciones verbales. Creo que nos aproximaron
a todos a una relación estética con las palabras, labor casi divina en nuestra
cultura a medio hacer.” Del ensayo "La palabra del hombre" de William
Ospina sobre el poeta colombiano Aurelio Arturo.
Si
oyéramos entonces a Porfirio Barba Jacob leer el siguiente poema, creo que comprenderíamos
al fin su voz más pura, su ritmo más premonitorio y final. Aquel que encarnó en
auténticas obras de arte y pudo con ello, prever su perdurabilidad.
“FUTURO
Decid cuando yo
muera... (¡y el día esté lejano!):
soberbio y desdeñoso,
pródigo y turbulento,
en el vital
deliquio por siempre insaciado,
era una llama al
viento...
Vagó, sensual y
triste, por islas de su América;
en un pinar de
Honduras vigorizó el aliento;
la tierra mexicana
le dio su rebeldía,
su libertad, sus ímpetus...
Y era una llama al viento.
De simas no
sondadas subía a las estrellas;
un gran dolor
incógnito vibraba por su acento;
fue sabio en sus
abismos -y humilde, humilde, humilde-
porque no es nada
una llamita al viento...
Y supo cosas
lúgubres, tan hondas y letales,
que nunca humana
lira jamás esclareció,
y nadie ha
comprendido su trágico lamento...
Era una llama al
viento y el viento la apagó.”
Este
poema tiene el punzante laconismo de un epitafio, y como dijo algún crítico “resume esa huida constante de sí mismo que
fue su vida y esa contradictoria tensión que le dio a la vez energía y muerte a
su poesía, todo ello dentro de una erguida concreción verbal.”, que yo
complementaría “con un perfecto ritmo sintáctico”.
Como
colofón de esta ENTREGA quiero repetirles que para mí, aunque el ritmo lo sea casi
todo, de él he descubierto en mí algo más: cuando logro leerme en voz alta
poesías de otros como ésta, después de escucharlas, ellas ingresan a mí, a mi
ritmo, en mi son, en mi tono, bajo mi forma de sentirlas, pegadas más a lo que me
corre por la piel de mi alma en ese momento, que lo más seguro es que sea un
poco distinto a lo que cada autor quiso decir de su propia poesía. Ello tiene
una inmensa ventaja: que esa percepción cambia con el tiempo. Entonces, en cada
uno de los “yoes” que soy en cada edad tengo un renacer de cada arenga o
quejidos ajenos y de cada arenga mía en versos, y así… se remoza el ritmo y se
renueva el poeta. Es decir, he
encontrado el secreto de multiplicarme a través de ritmos y versos, a través de
otros y replicarlo en mis versos. ¡Qué agradable descubrimiento!
Por
hoy, no es más. Saludos a todos, AMIGOS DE LA POESÍA, por seguir ahí a pesar de
toda esta tanda de palabras abrasivas que arrojo sin su permiso sobre todos ustedes,
y hasta otra oportunidad. Aprovecho para
saludar a aquella persona que se fue y ha vuelto, que está siempre cerca de la
poesía y de sus libros, no importa si negros o verdes; y también a aquellos que
con sus voces de aliento mantienen vivas estas ENTREGAS.
Su
poeta amigo: Francisco... y no dejen de visitar mi BLOG, podrán ver mis nuevos
post y un rediseño gráfico de las fotos de la hoja. http://poesia-letras.blogspot.com
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cascado,
da.
(Del part. de cascar).
1. adj.
Dicho especialmente de las cosas humanas: Que están gastadas o muy trabajadas,
o que carecen de fuerza, sonoridad, entonación, etc.
disquisición.
(Del lat. disquisitĭo, -ōnis).
1. f.
Examen riguroso que se hace de algo, considerando cada una de sus partes.
2. f.
Divagación, digresión. U. m. en pl.
cadencia.
(Del it. cadenza).
1. f.
Repetición de fenómenos que se suceden regularmente.
2. f.
Serie de sonidos o movimientos que se suceden de un modo regular o medido.
3. f.
Proporcionada y grata distribución o combinación de los acentos y de los cortes
o pausas, en la prosa o en el verso.
4. f.
Efecto de tener un verso la acentuación que le corresponde para constar o para
no ser duro o defectuoso.
5. f.
Danza. Medida del sonido, que regla el
movimiento de la persona que danza.
6. f.
Danza. Conformidad de los pasos de quien
danza con la medida indicada por el instrumento.
7. f.
Fon. Bajada última de la voz en la parte
descendente de la frase.
8. f.
Mús. Manera de terminar una frase musical,
reposo marcado de la voz o del instrumento.
9. f.
Mús. Ritmo, sucesión o repetición de
sonidos diversos que caracterizan una pieza musical.
10. f.
Mús. Resolución de un acorde disonante
sobre un acorde consonante.
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Escrito en septiembre de 2007
(*) Foto tomada de Flickr
de la fotógrafa Sam Marie, titulada "Poetry - Coffee shop mornings with best friends are the best"
Mil gracias por dejar este escrito para el aprendizaje de una persona que disfruta con la palabra.
ResponderBorrarMis abrazos de flores!!