MIS
PADRES
Donde
quiera que tengas tus muertos tienes tu alma.
Allí
quedas anclado al terruño y a su naturaleza, a su horizonte, en mi caso, a su
mar.
Allí
ellos han aprendido las voces del mar y los guiños de las constelaciones, los
giros insondables de los remolinos entre las piedras del pequeño cabo que ni
figura en la geografía.
Han
descifrado la música del viento que baja de los cerros por entre salientes
afiladas, con sus siseos de arena.
Han
conversado con los gorjeos de las aves marinas y con los rugidos de las olas al
romper en las noches de tempestad.
Han
aprendido a bailar de los movimientos sinuosos de los árboles en los finales de
tardes caliginosas.
Han
visto cómo se desmayan la mayoría de las plantas, porque el calor es tanto que
hace de cada piedra un horno y casi las convierte en reflectores que alumbran y
ciegan a quienes se atreven a mirar.
En
el inmediato fondo donde las corrientes crean turbulencia, han desentrañado el
misterio de los corales y los cangrejos, y los han hecho parte de hábitat
móvil.
Allí
moran en una eternidad que se ha acoplado a tantos ritmos cambiantes que se
funden con el paso isócrono e indetenible del tiempo para ser una parte de
natura.
Allí
los concibo, en ese ambiente están, cazando atardeceres de ocres inimaginados y
elevándose a la categoría de inmortales.
Francisco
Pinzón Bedoya
20/X/2022
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