LUNES
FESTIVO EN EL SALADO
Traen
listas las carpas de acampar y todos los aditamentos para instalarlas. Vienen con bastimento y bártulos para lo que
van a cocinar. Hay extremos: viejos,
mascotas y niños. Por la forma en que se
presentan desde lejos no distingo cuál es cuál.
Esa niña de trenzas, carisucia de ojos verdes, toma su tetero que se
debió haber caído en ese camino polvoso unas tres veces. La abuela rezonga de manera ininteligible, de
la mano de un señor con resaca que no percibe ni los tropiezos ni el sudor que
recorre su rostro. El perro hurga los
botes de basura y los desparrama sin que haya alguien que lo controle. En el intermedio, unos adolescentes llevan su
música y sus tatuajes. Este grupo ha
llegado tarde porque ya casi todos los buenos sitios están ocupados por otras
tantas familias que ya tienen hollín en la cara y en las manos. Tal vez por eso
es que parece que divagaran y no que buscaran dónde hacerse. Una bola de caucho de números sale disparada
de la otra orilla y le da en la cara a un niño que cae de bruces contra una
piedra. Dos adultos a cada lado de la
quebrada La Ayurá se dicen cualquier cantidad de improperios, mientras las
señoras tratan de calmarlos, pues ya se oyen amenazas y el aire grita:
¡Peligro! Se ve algún humo que no
proviene de las hornillas del sancocho sino de unos jóvenes que usan a natura
para elevarse por sobre todos los humanos que estamos alrededor, con sus dosis
de “cilantro salvaje” como les oí llamarlo. El sol es inclemente, se ven pieles
rojas que esperarán a la noche su dosis de sábila, y algunos ojos hinchados
llenos de lágrimas.
Me
sobresalta el hecho de que en escribir esto me he demorado más de cinco veces
el tiempo que tardaron en pasar y en perderse de vista, en oír la algarabía de
la casi reyerta, en compadecerme de los extremos y en ver tanto descontrol ante
el sol, sin embargo, refuerzo detalles en los siguientes que aparecen como
calcados, sólo que allí va un señor más borracho y repartiendo aguardiente a
varios amigotes que no respetan a los demás transeúntes con su música de
cantina a todo volumen, que salta desde un pequeño parlante que cuelga del
morral sucio de uno de ellos.
¿Qué
esperaba yo al venir? me pregunto. No
pude haber tomado una peor decisión para escribir sobre la naturaleza y los
parques ecológicos. Ahora, ¿qué le
entregaré a la profe cuando me pregunte sobre la tarea de la fauna y la flora
de esta parte de Envigado? ¿O será que esta es la nueva fauna y esa que se
estaban fumando la nueva flora? No lo sé ya, pues algo de ese humo azulado me
hace reír y escribir pendejadas.
Francisco
Pinzón Bedoya ©
marzo 22 de 2018
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