CELO
Y MÁS
Vuelve
la voz a perturbar mi paz. Trae un
corpiño escotado deja ver su feminidad.
Evade mi mirada que no puede evitarla.
Adorna la escena una sonrisa de dientes blancos pulcros y unos labios
llenos de un brillo que a mí se me antoja de humedad y de otros poderes
non-sanctos. Sus tonos no llegan sólo a
mis oídos, su canto se va escondido a mi piel, quien la recibe con un agrado
que no he dado permiso, pero eso no lo detiene.
Nunca me había sentido visto como un postre exquisito, esto genera una
compinchería automática. Sonrío porque
es descubrir en piel propia que los hombres y las mujeres nos parecemos más de
lo que nosotros mismos creemos, sólo nos diferencia la oportunidad y la forma
de expresar nuestros agrados, gustos y atracciones.
El
ego, el amor propio, el ser sin escondidos que llevo coqueto desde siempre se
siente halagado, máxime cuando hay varias miradas masculinas que repasan
aquella silueta sin miramientos ni penas, sólo descaro y el consabido
machismo. Lo noto, pero a ella le
resbala. Debe estar acostumbrada a este tipo de ambiente de miradas, siseos y
morbo, que sólo dejan muy mal parado al género y también se gana todos los
epítetos conocidos de las feministas. Es
notorio que en el encuentro de mutua coquetería, ella se sienta como pez en el
agua o como cazador parapetado tras un gran rifle de mira telescópica. La electricidad estática resalta en el roce,
con el condimento de las risas y las miradas, unas llenas de mensajes sutiles y
otras de claras insinuaciones sin escondites.
En esta burbuja no corre el tiempo, no existen los demás, no se
consideran ni reglas ni restricciones sociales, sólo dos corrientes de
atracción libres y en franca lozanía.
Francisco
Pinzón Bedoya
Abril
26 de 2018
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