¡AY!
AMOR YA NO ME QUIERAS TANTO
Escucho
los boleros que tanto le gustaban a mi padre, en esas voces melodiosas de Los
Panchos y de un Lucho Gatica, o el sonoro y tórrido tono único y anónimo de
Noche Los Tres, y mi añoranza ilimitada por el tiempo navega por entre
parrandas que no fueron mías y por romances que soñaron mis viejos. Evoco esas noches en que la radiola Hi-Fi de
Ratefon con sus dieciséis parlantes, su sonido “orgullosamente estéreo” como él
decía, retumbaba en la sala, haciendo gala de sus 3.60 metros de grande, de su
brillo color madera y de su “V” que hoy me parece como si desde allí gritara
una victoria sobre un algo que era tal vez la vida que mi padre invertía en sus
amigos, su tejo, su whiskey y su familia.
De
la cocina salía el olor del bocado de turno y me parece estar viendo a mi madre
caracolear, cantar y bailar amando aquellas guitarras, voces y requintos, aunque
creo que mexicanos nunca los tuvimos como tales sino como más propios que los
nuestros. Era el tiempo aquel en que el terlenka,
la gomina y el charol bailaban desde la sala y el nylon brillaba en las ropas
de los presentes, sin consideraciones de esa temperatura que hacía acuosa mi
espalda y mi camisa.
Tal
vez mis ojos escondidos para ver tras los cristales de mis gafas de carey que
aún no entendían del jolgorio pasajero, pero hoy ese acetato viejo con su
sonido de fondo, como de serrucho sobre el madero, me dice a mis años que estoy
tan cerca de mí y mis raíces como lo está este ron que baja lenta y
agradablemente por mi garganta tratando de espantar éstas mis lágrimas de
indómita nostalgia.
Francisco
Pinzón Bedoya ©
2005
Leer este escrito es como viajar al pasado a través de recuerdos gratos.
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