sábado, marzo 03, 2007

De una ENTREGA Nº 34 - 2002


He terminado el ejercicio académico de entregar unos pocos apartes de conocimiento a mis estudiantes, quince ellos, y como en seis años seguidos he querido conservar una tradición que fluye desde el corazón con que enfrento la cátedra, y les he dejado sentir en una carta individualizada el correr de la vida, que compuesta de pequeños instantes que forman momentos, se vierte ante nuestros ojos, más con la idea de dejarle alguien (ellos) mi aprendizaje que ha tenido tanto de "sangre, sudor y lágrimas" como de amor y otros muchos sentimientos muchas veces contradictorios pero en mí, simultáneos.

Permítanme transcribirles la invitación que les entregué a estos alumnos de Administración II en la Escuela de Ingeniería de Antioquia: "... te invito a que aprendamos a tener una vida plena de miles tantas pequeñeces, como las que recordamos con inmensa incertidumbre cuando la falla de un pequeño capilar coronario genera el golpe más duro: un infarto, con el inminente peligro de la cesación de la función del corazón. Allí, como me ocurrió, pasa a velocidad supersónica la petición de cuentas de alguien frente a: "¿Qué has hecho con tu vida?". De pronto, descubrimos que hemos llenado el tiempo de existencia y no de vida. Hemos dado por supuesto y por defecto, la presencia del color de la luna en madrugada frente al mar, del vuelo de las aves en bandada hacia un mejor clima, del color ostentoso de las rosas, los gladiolos y las orquídeas, del rocío que se forma en las rocas en cualquier páramo en las mañanas, del color de los ojos de un(a) amigo(a) cuando se le llenan de lágrimas por una pena o una emoción desbordada, de los brazos extendidos de una madre o un padre, de la sonrisa flor de un bebé recién bañado, de la amistad, del cariño, del respeto, de la familia, en fin, de mil y un coloridos paisajes que día a día se nos regalan a nuestro paso, que caminamos sin ver y que dejamos que se vayan sin ganarnos un poco del valor que nos ofrecen.

Como decía Anna Quindlen a una clase de graduados en 1999, "aprende a amar el viaje, no el destino" y continuaba, ya para finalizar su discurso: "Tú puedes aprender todas estas cosas allí afuera si logras una vida real, una vida plena; una vida profesional, sí, pero además otra vida, una vida de amor y de sonrisas y un vínculo con otros seres humanos. Sólo mantén abiertos tus ojos y tus oídos."" Nada mejor como regalo que le poder dar, dar y dar. Se han vuelto sombra y luz de mi alegría de proyectarme. Gracias a todos ellos por eso.

Tomado de AMIGOS DE LA POESÍA: ENTREGA Nº 34 - 2002

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