Las primeras, con sus tonos azules y el acompañamiento de mi hija, sirvieron como seña del rompimiento de esquemas mentales en mi vida, y para dejar salir a quien soy con sus multitudes de defectos y variaciones.
Luego vino mi hijo, quien con sus manos y unos hilos de lana de colores fabricó su propia versión, amarilla y azul, para estar atado a mi brazo.
El rosario y sus cuentas, fue una razón para rezar, aún hoy, a la vida y sus avatares cada que me acuerdo.
Un verde samario y amado como esos mares, se abrazo a mi anatomía.
Y así otros como el rojo y el negro, desde un halloween, y el naranja de unas vacaciones, son señas de un colorido desfile diario de mi brazo, en franca afrenta al medio en que camino, respiro, vivo y escribo.
¡Vivan, por muchos años en mí, los
colores!
Me hace recordar cuando usaba varios cueritos en mi mano, ahora solo unos dos o uno, ya no varios.
ResponderBorrar"y al final de todo,
ResponderBorrartodo ha sido nada"
¡Que bueno José Hierro!
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