De regreso sólo pensaba en que el día estaba para disfrutar de las pequeñas cosas. Ya lo había decidido, iría por su madre que estaba invitada a almorzar y todo lo demás pasaría a otro plano, no más molestarse por lo que no tenía remedio, de todo modos nada podía hacer. Él sabía que no era esa la forma de su esencia, pero se había levantado con esa sensación de que iba a vivir un día nuevo cuando al pasar por la biblioteca vio el libro que la noche anterior había estado hojeando: “Entre la oscuridad y la palabra” de Rafael Del Castillo Matamoros, y sonrió. Más porque en ese momento tuvo su propio “deja vu” (o como se diga) y recordó el poema “Cóctel” y otros que ya había leído y comentado sentado en una biblioteca, pensando en lo voluble y derivable que era el ser humano cuando leía poesía, y aunque ese “ser humano” fuera él mismo nadie lo sabría. Lo abrió por alguna parte y antes de leer algo, saltaron algunas hojas que le sonaron ya a documento histórico, una petición cayó del libro, ya en colores sepia por el papel periódico en que fue escrita. Era una solicitud que un hoy declarado director de cine hacía a un director de la Universidad (de Extensión Cultural, más precisamente) para realizar una investigación sobre “ese extraño español que viene de las comunas populares” y que según el peticionario “se esparce transformando la forma de hablar y, por consiguiente, de pensar de todas las clases sociales (de Medellín)”, y –continuaba diciendo sobre la investigación- “con la seguridad de que aportaremos elementos esenciales para un conocimiento de la historia y el alma de nuestra ciudad”.
Al revisar la fecha era de septiembre de 1991, y entonces, como un rayo fue a buscar algo de la poética que aquel estudiante había hecho y la encontró en un poema que volvió a leer para su voz alta:
“MITAD DE LA VIDA
Como un hombre que ha hecho tantas cosas olvidadas,
y en el futuro otras tantas que no recordará,
inculto, sin lecturas,
que sólo tuvo en casa viejos libros en desorden
nunca leídos,
y su cabeza da vueltas en un oscuro remolino
bajo la tierra,
y nunca tuvo voces, cielo abierto,
ramas sobre ramas.
Como un hombre de rosados oídos de caracol.
Lejos del mar
que a mitad de su vida oye la orden,
la obsesión.
Soñamos escribir algunos libros
pero nunca lo hicimos.
En nada se rebajan.
Hemos cantado, silbado por lo bajo
canciones ordinarias
que significaban otra cosa desconocida.
La verdad, hemos callado hace tiempo,
no sé las razones.
Busco entre mis cosas un libro que no he tenido,
busco fotos que no he guardado,
colecciono hermosos papeles que se deshacen.”
Ese poeta y cineasta era Víctor Gaviria, él se dijo en voz alta, y continuó: “Y yo tengo en mis manos por no sé qué avatares del destino, el libro que Rafael Del Castillo firmó y le dedicó: <... para Víctor Gaviria, este saludo, este abrazo...>”, ¡Qué curioso!. La vida de los libros da muchas vueltas, pensó.
Y a continuación recordó una anécdota que le había oído a William Rouge sobre sus libros, que una vez paseando por el centro de la ciudad en la acera donde se venden libros de segunda, había comprado siete ejemplares de los libros suyos que había regalado a algunos amigos, y dos de ellos hasta estaban autografiados. “¿Qué será de mi libro Encuentro que publiqué en 1999? ¿Cuántos de los libros estarán en los anaqueles de algún ropavejero?”, pensó. No quiso seguir en ese desfile de suposiciones y quiso quedarse tranquilo para ver cómo se seguía portando aquel día, pues por ahora, el simple asomo a un libro le había llevado hasta el cineasta más renombrado de Medellín, lo había llevado hasta su propio patio con la nostalgia y al amor que se le tiene a los libros-hijos, a los libros viejos.
Al final de esta reflexión le sigue flotando el pensar sobre la muerte de esas publicaciones que los poetas hacen con tanto amor y sacrificio, con los de cada mundo: ¿dónde irán a parar? En fin, se dijo, los parimos porque deben tener vida propia... Se rio y siguió su camino hacia el tomarse el día con su sol, a recitarse poemas y a hacer un poco de ejercicio, ya que este día domingo así se lo estaba permitiendo.
Miró por un instante de brillo a través de una película de lágrimas, casi con amor su biblioteca de poemas y de novelas y cuentos, y se alejó silbando una canción de Villazón mientras la nostalgia estaba... a la vuelta de la esquina.
Escrito por Francisco Pinzón Bedoya, el 23 de noviembre de 2008
Cuántas nostalgias en un metro cuadrado de biblioteca, treinta recuerdos vivos y lacerantes y un domingo de sol!
Hola amigo Francisco,me he permitido pasear por tu blog y me alegra haberlo echo.
ResponderBorrarEsperando visitas recíprocas en el futuro saludos y abrazos eternos.
Un domingo en el que ibas a vivirlo distinto. Un almuerzo con tu madre y gimnasia, pero ya ves, los libros y la buena lectura y aquel poema...los llevas incorporado a todos sin duda. Gracias por tanta belleza. un abrazo
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